El Pozo y la Amistad



Era un día soleado en el barrio de Villa Esperanza, donde la vida era difícil para muchos niños. Entre ellos se encontraba Lucas, un niño de 10 años con unos pantalones raídos y una sonrisa que iluminaba su cara. Lucas era conocido por su ingenio y su buen corazón.

Mientras tanto, en la parte más lujosa de la ciudad, un niño llamado Mateo, que vivía en una gran mansión, disfrutaba de su vida privilegiada. Un día, mientras exploraba solo su nuevo jardín, Mateo encontró un pozo antiguo que había estado cubierto con ramas. Curioso, se asomó para ver qué había dentro y, ¡sorpresa! , perdió el equilibrio y cayó al pozo.

- ¡Ayuda! -gritó Mateo desde el fondo, asustado.

El eco de su voz llegó hasta los oídos de Lucas, que pasaba por ahí.

- ¡Eh! ¿Qué pasó? -dijo Lucas, asomándose al borde del pozo.

- Estoy aquí abajo. ¡Ayúdame! -contestó Mateo, temblando de miedo.

Lucas frunció el ceño, pensando rápidamente. Él nunca había tenido tanto, pero en su corazón sabía que nadie merecía estar en problemas.

- ¡No te preocupes! -gritó Lucas- ¡Voy a buscar ayuda!

Mateo, en el fondo del pozo, no podía creer lo que oía.

- Pero no lejos, porfa. ¡Tengo miedo! -respondió, con lágrimas en los ojos.

Lucas se asomó de nuevo.

- No puedo dejarte aquí. Voy a tratar de sacarte. -dijo con determinación.

Lucas miró alrededor y vio una cuerda de cáñamo que solía usar para jugar. Corrió hacia ella, la ató fuertemente y volvió al pozo.

- ¡Agárrate de la cuerda! -instruyó Lucas.

Mateo, aunque dudaba un poco, se decidió a seguir las instrucciones.

- ¡Lo tengo! -gritó emocionado.

Lucas empezó a jalar, esforzándose al máximo. Poco a poco, logró sacar a Mateo del pozo.

Finalmente, después de mucho esfuerzo, Mateo salió a la superficie, cubierto de barro y un poco asustado.

- ¡Gracias! -exclamó Mateo, respirando con aliviado. -No sé qué hubiera hecho sin vos.

Lucas, aunque cansado, esbozó una sonrisa.

- No hay problema. Pero, ¿qué hacías metido en un lugar así? -preguntó curioso.

Mateo miró hacia el suelo, sintiéndose un poco avergonzado.

- Yo... solo quería explorar. No pensé que fuera peligroso. -admitió.

Lucas le dio una palmadita en la espalda con cariño.

- Uno siempre debe tener cuidado. Pero ahora estamos seguros. -dijo.

Mateo lo miró con admiración.

- ¿Cómo te llamas? -preguntó.

- Lucas. ¿Y vos? -respondió mientras se limpiaba el barro.

- Mateo. Y te debo una. -dijo Mateo, empezando a recogerse.

- No me debes nada. Solo hice lo que era correcto. -contestó Lucas humildemente.

Desde ese día, una inesperada amistad floreció entre Lucas y Mateo. A medida que pasaban los días, Mateo empezó a visitar a Lucas en Villa Esperanza, llevando consigo cosas, como libros y juguetes que ya no necesitaba. Lucas, por su parte, le enseñó a Mateo sobre la vida en su barrio, sobre los juegos que hacían y la ayuda mutua entre vecinos.

Un día, mientras jugaban en una plaza cercana, Mateo se detuvo y le dijo:

- Sabés, Lucas, me di cuenta de que tener muchas cosas no es lo que realmente importa. Lo que importa es tener amigos y ayudarnos.

Lucas sonrió, sintiendo que su corazón se llenaba de alegría.

- Sí, Mateo. La vida es mucho más divertida cuando estamos juntos.

Y así, en aquel barrio donde todo parecía diferente, una amistad inquebrantable nació entre un niño pobre y un niño rico, demostrando que, más allá de las circunstancias, lo que importa es el corazón y la bondad que cada uno lleva dentro.

Los dos amigos aprendieron a valorar lo que realmente importa: la amistad, el respeto y la ayuda mutua, lo que los unió para siempre.

A partir de ese día, la historia de Lucas y Mateo se convirtió en un ejemplo en Villa Esperanza, donde todos aprendieron que, sin importar de dónde venimos, ¡siempre podemos hacer la diferencia en la vida de alguien más!

FIN.

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