El Presidente Cínico y la Revolución de los Niños Bien Portados



Había una vez un país donde el sol brillaba y la risa de los niños llenaba el aire. Sin embargo, su presidente, Don Cínico, no tenía una pizca de alegría en su corazón. Era un hombre alto, con cejas fruncidas y una mirada que parecía estar siempre decepcionada. "¡Los niños son todos unos mal portados!"- solía decir. "No sirven para nada, siempre rompiendo cosas y haciendo travesuras"-.

Un día, mientras los ciudadanos estaban distraídos, el presidente decidió tomar una drástica decisión. "Desde mañana, habrá una ley que prohíbe a los niños jugar en la calle"-, proclamó, mientras se acomodaba en su sillón de cuero. "Así, tendrán más tiempo para estudiar y dejar de ser una molestia"-.

Los niños, horrorizados, se acercaron a su líder, un joven llamado Tomás. "¡No podemos permitir esto!"-, exclamó. "Si no jugamos en la calle, no podremos ser felices ni aprender a compartir y cuidar los unos de los otros"-.

Tomás y sus amigos se reunieron en el parque y decidieron que tenían que actuar. "Vamos a demostrarle al presidente que los niños podemos ser responsables y que jugar es parte de crecer"-, propuso Ana, la más creativa del grupo.

Entonces, idearon un plan. Harían una gran fiesta en la plaza central, donde cada niño podría mostrar cómo jugaba de manera respetuosa y generosa. Se organizarían diferentes juegos por equipos, donde no solo se divertirían, sino que también aprenderían sobre el trabajo en equipo y la empatía.

El día de la fiesta comenzó soleado, y los niños se arreglaron con globos y sonrisas. La noticia de la fiesta llegó a oídos del presidente, quien decidió ir a ver qué era lo que estos “mal portados” estaban haciendo. Al llegar, se encontró con un espectáculo que nunca había imaginado. "¿Qué es esta locura?"- murmuró, mientras observaba a los niños jugando juegos de relevos, riendo y, sobre todo, ayudándose entre ellos.

Pronto, se dio cuenta de que cada juego estaba diseñado para fomentar la cooperación y la diversión. "No esperaba ver esto..."-, dijo Don Cínico, mientras comenzaba a sonreír involuntariamente. "¿Acaso los niños pueden ser tan útiles?"-.

Fue entonces cuando Tomás se acercó al presidente. "Señor presidente, además de jugar, estamos aprendiendo a ser buenos amigos. Queremos que entienda que no todos los niños somos mal portados. Solo queremos ser felices y aprender a ser mejores"-.

Don Cínico sintió algo que no había sentido en años: esperanza. Recordó cuando él era niño y disfrutaba de sus juegos. "¿Y si... y si los dejaras jugar en la calle, pero tuvieran que seguir ciertas reglas?"- sugirió, mientras más niños se acercaban a escucharlo.

Así fue como, después de una larga charla con Tomás y sus amigos, el Presidente decidió cambiar su ley. En lugar de prohibirles jugar, sería responsable hacer una norma sobre el juego seguro en la calle. "¡Los niños son el futuro de este país, y aunque a veces se porten mal, todos pueden aprender a hacer las cosas bien!"-.

Los niños aplaudieron y el presidente se unió a ellos en la celebración. A partir de ese día, Don Cínico se convirtió en un presidente más comprensivo, porque había aprendido la lección de que, aunque los niños pueden ser traviesos, también tienen un gran potencial para hacer del mundo un lugar mejor.

Y así, el parque se llenó de risas, juegos y un presidente que, aunque todavía se llamaba Don Cínico, había dejado atrás su desconfianza hacia los niños. Porque aprendió que, con el apoyo y el amor, todo se puede transformar.

FIN.

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