El Primer Día de Aventura



Era un soleado día de marzo, y el pequeño Nino se despertó con una mezcla de emoción y nerviosismo. Era su primer día de escuela y no sabía qué esperar. Al llegar, vio a sus nuevos compañeros: Mario, Florencia y Lucy. Todos estaban en la misma situación; sus caritas mostraban desconfianza y miedo.

"No quiero quedarme aquí", llanto Mario, con los ojos llenos de lágrimas. "Mi casa es más divertida".

"Sí, yo también quiero a mi mamá", se quejó Florencia mientras se abrazaba a su mochila.

Nino se sintió un poco más seguro al encontrar a sus nuevos amigos. "No estamos solos. Vamos a intentar divertirnos", les dijo, aunque no estaba del todo convencido.

Cuando entraron al aula, la maestra Ana los recibió con una gran sonrisa.

"¡Buenos días, chicos! ¡Bienvenidos a la escuela! Hoy vamos a tener un día muy divertido", dijo con entusiasmo. Pero los niños, aún asustados, no parecían convencidos.

"¿Qué pasará si no nos gusta?" preguntó Lucy, con una voz temblorosa.

"¡No se preocupen! Voy a contarles un secreto: la escuela es como una gran aventura. Vamos a jugar, aprender cosas nuevas y hacer muchos amigos. Y si yo puedo con eso, ustedes también pueden", les respondió Ana mientras sacaba unos coloridos bloques de construcción.

Vislumbrando una oportunidad para calmar los nervios, la maestra formó un círculo con los bloques. "Empecemos un juego, chicos. Esto se llama ‘Construyamos juntos’. Cada uno de ustedes deberá añadir un bloque y contarme algo sobre sí mismo".

Mario se animó primero: "Me llamo Mario y me gusta el fútbol". Colocó un bloque azul y sonrió.

"Yo soy Florencia y me encantan los gatos!" dijo, mientras ponía un bloque rosa.

Nino sintió que era su turno y, con determinación, dijo: "Me llamo Nino y me gusta dibujar". Colocó un bloque verde.

Al llegar el turno de Lucy, que seguía un poco temerosa, miró a su alrededor y se dio cuenta que todos parecían más felices. Finalmente, su voz salió en un susurro: "Yo me llamo Lucy y me gustan las estrellas". Y con ese pequeño acto, colocó un brillante bloque dorado.

Los niños comenzaron a reír y a comentar sobre sus gustos. La maestra Ana, al ver cómo la alegría empezaba a despertar en ellos, propuso otro juego: "¡Vamos a dibujar lo que más nos gusta!".

Nino, emocionado, se puso a dibujar un enorme sol con múltiples colores. Mario decidió hacer una cancha de fútbol, mientras Florencia se ocupó de dibujar a su gato. Lucy, inspirada por la estrella que había mencionado, dibujó un cielo estrellado.

La maestra pasaba entre las mesas, animando y elogiando a cada uno. "¡Qué hermosos dibujos están haciendo! Cada uno de ustedes tiene talentos únicos; juntos somos un gran equipo", decía.

Después de un rato, Ana dijo: "Ahora hagamos algo especial. Vamos a crear una mural con todos nuestros dibujos, cada uno en su propio lugar. Esto será nuestro rincón de aventuras".

Los chicos estaban cada vez más contentos. A medida que el mural iba tomando forma, empezaron a sentir que en realidad sí podían disfrutar de la escuela.

"¡Miren lo que hicimos juntos!", exclamó Nino, ahora lleno de alegría.

"Sí, ¡fuimos un buen equipo!", agregó Mario, con una gran sonrisa.

"Este día no fue tan malo como pensé", confesó Florencia. Lucy, sonriendo, asintió.

A la hora de irse, al ver a sus padres, los cuatro amigos se miraron entre sí.

"¿Nos vemos mañana?" preguntó Lucy.

"¡Sí!", respondieron todos juntos.

Nino se fue a casa con el corazón contento y la cabeza llena de nuevas ideas. La maestra Ana había logrado que su primer día de escuela fuera una aventura inolvidable, y estaba ansioso por regresar al día siguiente para seguir explorando y aprendiendo juntos.

Así, Nino, Mario, Florencia y Lucy empezaron una hermosa amistad, un vínculo que lo uniría a lo largo de los años en esa mágica aventura que era la escuela.

FIN.

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