El Primer Día de Clase de Lola
Era un hermoso día soleado y Lola, una niña de ocho años con una gran sonrisa, se despertó con emoción. Era su primer día de clase en un nuevo colegio. Había cambiado de ciudad y no conocía a nadie, pero estaba decidida a hacer nuevos amigos.
"¡Mamá! ¿Te acordás de las galletitas que hice anoche? Quiero llevarlas para compartir en clase" - dijo Lola mientras se vestía con su uniforme nuevo, que le quedaba un poco grande pero que la hacía sentir especial. Su mamá asintió y le preparó un hermoso almuerzo.
Al llegar a la escuela, Lola sintió un torbellino de nervios en su pancita. La puerta del colegio se veía gigante, como si fuera una puerta mágica hacia un nuevo mundo. Con un profundo suspiro, cruzó el umbral.
En el aula, había muchos niños, pero todos parecían ocupados hablando con sus amigos. Lola se sentó en una esquina, esperando que alguien se le acercara.
Al cabo de unos minutos, una niña pelirroja con pecas llegó y se sentó a su lado.
"Hola, yo soy Sofía. ¿Y vos?" - preguntó con una sonrisa amistosa.
"¡Hola! Yo soy Lola. Es mi primer día aquí" - respondió con un hilito de voz.
Sofía notó la mirada nerviosa de Lola y sacó de su mochila una cajita llena de colores.
"¿Te gustaría dibujar juntos?" - le propuso.
Lola sonrió, se sintió un poco más cómoda y aceptó la invitación. Mientras dibujaban, Sofía le contó sobre el colegio y sus amigos.
"El recreo es lo mejor, hay un juego enorme para trepar y muchos espacios para correr" - decía Sofía con emoción.
De repente, una fuerte risa resonó desde la ventana. Un grupo de niños estaba jugando a la pelota y uno de ellos, Miguel, se percató de las nuevas chicas.
"¡Eh, ustedes dos! Vengan a jugar con nosotros" - gritó Miguel muy entusiasmado.
"¿Te gustaría ir?" - preguntó Sofía a Lola, quien dudaba.
"No sé... No soy muy buena jugando al fútbol" - dijo Lola, sintiendo que el miedo la invadía nuevamente.
"No importa, ¡solo divirtámonos!" - insistió Sofía.
Lola decidió arriesgarse. Juntas salieron al patio. Allí, Miguel les explicó las reglas y rápidamente se hicieron un espacio en el juego. Al principio, Lola estaba nerviosa, hasta que vio que todos se divertían más allá de ganar o perder.
"¡Pasamela!" - gritó Lola, y para su sorpresa, recibió el pase y corrió disparada.
Con una gran patada, logró pasar la pelota a Sofía, quien hizo un gol.
"¡Eso fue increíble!" - exclamó Miguel mientras todos aplaudían.
La risa y la alegría llenaron el aire. Ya no había nervios, solo diversión.
Durante el resto del recreo, Lola se sintió parte del grupo. Chicos y chicas se reían y compartían historias, y cada vez que miraba a Sofía, le sonreía con agradecimiento.
La jornada continuó y, a medida que pasaban las horas, Lola fue haciendo más amigos. Al final del día, la maestra les permitió compartir algo especial que habían llevado. Lola, emocionada, sacó la caja con las galletitas.
"Hice estas galletitas para compartir con todos ustedes" - dijo, mientras los ojos de sus compañeros se abrían con ilusión.
Los niños se acercaron y todos disfrutaron de la merienda juntos. Miguel preguntó:
"¿Hacés galletitas siempre?"
"Sí, me encanta cocinar" - contestó Lola con picardía.
"¡Podrías dar clase de repostería!" - propuso Sofía.
Esa tarde, mientras regresaba a casa con su mamá, Lola no podía dejar de hablar sobre su emocionante día.
"¡Hice nuevos amigos, jugué fútbol y compartí galletitas!" - dijo sonriente.
Su mamá escuchó y sonrió.
"Ves, Lola, a veces solo hay que dar el primer paso y abrirse a los demás.
Desde ese día, Lola aprendió que el miedo a lo desconocido puede transformarse en aventuras maravillosas si uno se anima a ser valiente y a compartir su mundo con otros.
FIN.