El primer día de Mateo



Mateo se levantó temprano en la mañana, con un nudo en el estómago y un peso en el corazón. Hoy era su primer día de escuela y no se sentía nada emocionado.

Se miró al espejo y sus ojos reflejaban tristeza. "-¿Qué pasa, Mateo? ¿Por qué estás tan callado?", preguntó su mamá mientras le preparaba el desayuno. "-No quiero ir a la escuela, mamá. No quiero estar solo", respondió Mateo con voz apagada.

Su mamá lo abrazó con ternura y le dijo: "-Entiendo que te sientas así, pero recuerda que vas a conocer a muchos niños nuevos hoy. Estoy segura de que harás amigos enseguida". Mateo asintió con la cabeza, aunque seguía sintiéndose inseguro.

Después de desayunar, se puso su mochila y salió de casa acompañado por su mamá. Mientras caminaban hacia la escuela, Mateo veía a otros niños correr juntos y reírse. Eso solo aumentaba su sensación de soledad.

Al llegar a la escuela, las lágrimas asomaron en los ojos de Mateo. Su mamá lo abrazó fuerte y le dio un beso en la frente antes de marcharse.

Mateo se quedó parado en la puerta, viendo a los demás niños jugar felices en el patio. Fue entonces cuando una niña se acercó a él con una sonrisa amigable. "-Hola, soy Martina. ¿Quieres ser mi amigo?", dijo la niña extendiéndole la mano.

Mateo se sorprendió por el gesto tan amable y asintió tímidamente. Juntos entraron al salón de clases donde conocieron al resto del grupo. La maestra les dio la bienvenida e hizo algunas dinámicas para que todos interactuaran entre sí.

Conforme pasaban las horas, Mateo fue perdiendo poco a poco su timidez gracias a Martina y los demás compañeros que lo incluyeron en sus juegos y conversaciones.

Descubrió que tenía muchas cosas en común con ellos y pronto empezó a sentirse parte del grupo. Al final del día, cuando su mamá fue a reagarrarlo, Mateo corría feliz junto a Martina enseñándole un dibujo que habían hecho juntos en clase.

"-¿Cómo estuvo tu primer día, amor?", preguntó su mamá con una sonrisa al ver lo contento que estaba Mateo. "-¡Fue genial! Hice muchos amigos nuevos", exclamó Mateo emocionado. Esa tarde, mientras volvían a casa hand in hand, Mateo reflexionaba sobre cómo había cambiado su perspectiva desde la mañana hasta ahora.

Se dio cuenta de que aunque al principio todo parecía oscuro, siempre hay luz al final del camino si uno está dispuesto a abrirse al mundo.

Y así, entre risas y juegos, Mateo comprendió una importante lección : nunca es tarde para empezar algo nuevo, siempre habrá personas dispuestas ayudarte si das el primer paso. Y así fue como ese primer día triste se convirtió uno llenos alegrías e ilusiones para nuestro pequeño protagonista.

FIN.

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