El Primer Día de Nico
Nico era un niño de diez años que se había mudado recientemente a un país extranjero junto con su familia. Era su primer día de escuela en un lugar completamente nuevo, y estaba bastante nervioso. La noche anterior, no pudo dormir bien, dándole vueltas a las preguntas que lo atormentaban: ¿Haré amigos? ¿Entenderé lo que dicen? ¿Y si no les gusto?
Al llegar a la escuela, Nico observó que todos los niños jugaban en el patio. Algunos se reían y otros corrían. El ruido era ensordecedor. Con su mochila al hombro, se acercó a la entrada del edificio, sintiendo cómo su corazón latía rápido. En ese momento, un niño de cabello rizado se acercó a él.
"Hola, soy Tomás. ¿Eres nuevo aquí?" - dijo con una sonrisa.
"Sí, me llamo Nico" - respondió el niño, sintiendo un poco de alivio.
"Genial, si querés, puedo mostrarte la escuela!" - ofreció Tomás.
Nico se sintió agradecido y aceptó. Tomás lo guió por los pasillos llenos de coloridos dibujos en las paredes y aulas que parecían salidas de un cuento.
"¿Te gusta el fútbol?" - preguntó Tomás mientras caminaban.
"Sí, me encanta jugar, pero no sé si seré bueno acá" - admitió Nico, sintiendo que su emoción empezaba a desvanecerse.
"No importa, yo puedo enseñarte. ¡Te va a ir genial!" - dijo Tomás, llenándolo de confianza.
El resto de la mañana transcurrió de manera similar. Nico se presentó a sus nuevos compañeros, pero notó que muchos no entendían el español perfecto que él hablaba. Se sentía fuera de lugar, como una pieza equivocada en un rompecabezas. En el recreo, decidió sentarse solo en un rincón del patio, observando cómo otros niños jugaban y se reían.
Pero justo cuando pensaba que su día no podía ponerse peor, un grupo de niños se acercó a él. Eran dos chicas y un chico, todos con sonrisas amplias.
"¡Hola! ¿Por qué estás solo?" - preguntó Lía, una de las chicas.
"Es mi primer día. No conozco a nadie" - respondió Nico con un suspiro.
"¡Eso no puede ser! Vení, jugamos todos juntos. ¿Sabés jugar al pañuelo?" - dijo el otro chico, Emiliano.
"No, pero me encantaría aprender" - dijo Nico, con una pizca de entusiasmo.
Se unieron al juego, y aunque al principio se sentía tímido, pronto empezó a reírse y a disfrutar con sus nuevos amigos. Al final del recreo, ya se había olvidado de sus miedos.
Con el correr de los días, Nico comenzó a sentirse parte del grupo. Tomás, Lía y Emiliano se convirtieron en sus mejores amigos. Compartían risas, juegos y muchas horas de esfuerzo para que Nico aprendiera algunas palabras en el nuevo idioma.
Un día, mientras todos estaban en el aula de arte, la maestra propuso una actividad especial: crear un mural que representara la diversidad del aula. Todos debían aportar algo de su cultura. Nico decidió hablar sobre su país.
"Puedo dibujar la bandera de mi país y algunos animales que son típicos de allí" - dijo emocionado.
Los niños se miraron entre ellos.
"¡Eso es genial! A mí me gusta la comida de tu país!" - exclamó Lía.
La actividad fue un éxito. Al final, cada rincón del mural contaba una historia diferente. Nico se sintió orgulloso de poder compartir un pedacito de su hogar con sus amigos.
El primer día de Nico se había transformado en una hermosa aventura. Se dio cuenta de que, aunque todo era nuevo y diferente, había muchas cosas que lo unían a sus compañeros. Al final del día, Nico llegó a casa con una gran sonrisa, emocionado por contarle a su familia todo lo que había vivido.
"Hoy hice nuevos amigos y aprendí sobre ellos. ¡No podía pedir un mejor primer día!" - le dijo a su mamá.
Y así, con cada día que pasaba, Nico fue comprendiendo que el miedo puede transformarse en alegría cuando encontramos el coraje para abrir nuestro corazón a los demás. La diversidad, en lugar de asustarlo, lo había enriquecido y había hecho florecer una amistad que apenas comenzaba.
Con esa enseñanza, Nico siguió su camino, descubriendo que la vida está llena de sorpresas, y que muchas de ellas comienzan con un “¡Hola! ”
FIN.