El primer día mágico de Tomás
Tomás era un niño tímido y callado. Se acercaba el primer día de clases y sentía un miedo enorme en su pecho. Para él, la escuela era un lugar malo, lleno de reglas estrictas y la maestra era una figura malvada que solo estaba ahí para regañarlos. A pesar de los intentos de su mamá por animarlo y decirle que la escuela era un lugar mágico y colorido, Tomás no podía quitarse el miedo de encima.
El día del comienzo de clases, Tomás se aferraba a la mano de su mamá, sintiendo un nudo en su garganta. Al entrar al aula, vio a los demás niños riendo y jugando, pero él se sentía aún más asustado. La maestra, la señorita Ana, tenía una sonrisa cálida y amable, pero Tomás no podía ver más allá de su miedo.
Durante la jornada, la señorita Ana los invitó a pintar y a explorar los juguetes del salón. Tomás se mantuvo alejado, sintiendo que no pertenecía a ese lugar. Cuando llegó el recreo, se sentó solo en una esquina, observando a los demás niños correr y jugar.
En ese momento, una niña llamada Sofía se acercó a él. -Hola, ¿eres nuevo? -preguntó con una sonrisa. Tomás asintió tímidamente. -¿Quieres jugar conmigo y mis amigos? -propuso Sofía. Tomás dudó, pero algo en la mirada de Sofía lo hizo sentir un poco más seguro. Decidió unirse a ellos y, para su sorpresa, comenzó a disfrutar.
Los días pasaron y Tomás empezó a sentirse más cómodo en la escuela. La señorita Ana demostró ser comprensiva y amorosa, y los demás niños lo incluyeron en sus juegos. Poco a poco, el miedo que sentía fue desapareciendo, reemplazado por la alegría de compartir con sus compañeros.
Un día, la señorita Ana les propuso a los niños realizar una actividad especial. Les daría una hoja en blanco y les pediría que la llenaran de colores, palabras y dibujos que representaran lo que sentían en la escuela. Tomás dudó al principio, pero finalmente tomó un lápiz y comenzó a trazar. Recordó el miedo que alguna vez lo invadió y, al mirar a su alrededor, notó que ahora veía la escuela con otros ojos. Los colores que eligió fueron brillantes y alegres, reflejando la felicidad que ahora habitaba en su corazón.
Al ver su creación terminada, Tomás sonrió. Había descubierto que la escuela no era un lugar malo, sino un sitio donde podía aprender, jugar y hacer nuevos amigos. Con la ayuda de su mamá, la comprensión de la señorita Ana y la amistad de sus compañeros, Tomás había transformado su miedo en amor por la escuela y todo lo que esta representaba.
FIN.