El Príncipe de la Belleza Verdadera



Había una vez en un reino muy lejano un príncipe llamado Federico. Federico era un chico bueno, siempre dispuesto a ayudar a los demás, pero había un pequeño problema: su apariencia no era la más agraciada. Tenía una nariz muy torcida, unos dientes que parecían un poco desparejados y un pelo que a menudo se enredaba como si estuviera en una pelea con un erizo. Por esta razón, nadie quería estar cerca de él, ni siquiera los animales del bosque.

Un día, mientras estaba sentado en su habitación, triste y solitario, apareció una anciana en la puerta.

"Hola, hijo mío. Soy una bruja que ha viajado mucho y he visto tus problemas. No te preocupes, puedo ayudarte a convertirte en el chico más hermoso del reino."

Federico, con los ojos llenos de esperanza, preguntó:

"¿De verdad? ¿Y cómo lo harías?"

"Solo necesito que me prometas una cosa: cuando tengas un hijo o una hija, me lo darás a mí."

El príncipe, sin pensarlo mucho, aceptó. Después de todo, no sabía si realmente llegaría a tener hijos algún día. El deseo de ser bello era muy fuerte. Así que la bruja agitó su varita mágica, y en un instante, el príncipe se transformó en un joven hermoso, con una sonrisa deslumbrante y un cabello brillante.

Federico estaba tan emocionado que salió corriendo al castillo. Todos en el reino quedaron boquiabiertos al verlo. Las doncellas suspiraban y los caballeros se acercaban para hablar con él. Ahora tenía muchos amigos y era el centro de atención.

Pasaron los días y el príncipe disfrutó de su nueva vida. Sin embargo, comenzó a notar algo extraño. No podía sostener conversaciones profundas con sus nuevos amigos; todos parecían más interesados en su belleza que en conocerlo realmente. Las risas y los halagos no llenaban el vacío que sentía en su corazón.

Un día, mientras paseaba por el bosque, se encontró con un viejo amigo de su niñez, un joven llamado Mateo, quien lo miró con tristeza.

"Federico, te veo diferente, pero ya no pareces el mismo. Ya no te ríes ni te preocupas por los demás. Te has olvidado de quién eres en realidad."

Eso hizo que el príncipe reflexionara. Recordó cómo le gustaba pintar, explorar el bosque y ayudar a los demás, y se dio cuenta de que, aunque ahora era hermoso, se sentía más solo que nunca.

De pronto, le vino a la mente la advertencia de la bruja. Giró en torno a la idea de que quizás su belleza no era lo que realmente quería. Decidió que tenía que hacer algo al respecto. Se sentó en el mismo lugar donde la había conocido y, con voz clara, le habló a la bruja.

"Quiero volver a ser quien era. La belleza no me ha traído felicidad, y no creo que pueda cumplir con tu condición."

Apareció la bruja, sonriendo.

"Sabía que volverías a mí, hijo mío. Te daré la oportunidad de encontrar tu verdadera belleza. Pero debes saber que no siempre será fácil."

De repente, Federico comenzó a sentir un cambio en su corazón. Al mirar en un arroyo, vio su reflejo transformarse de nuevo. Aunque no era tan atractivo como antes, se sintió en paz consigo mismo.

"Ahora he aprendido que la bonita apariencia es solo un envoltorio. Lo que realmente importa es el corazón y cómo hacemos sentir a los demás. A partir de hoy, me dedicaré a ayudar a la gente de mi reino, seré un príncipe de verdad, en lugar de uno de apariencia."

La bruja lo observó con aprobación.

"Ese es el verdadero poder de la belleza, y ahora, Federico, te has ganado la felicidad. Ahora ve y usa tu nobleza para hacer el bien."

Desde ese día, Federico se dedicó a ayudar a los demás, a escuchar sus problemas y a hacer que todos se sintieran valorados. Había dejado de lado la búsqueda de aprobación por su apariencia y se enfocó en cultivar la bondad y la amistad.

Con el tiempo, encontró el amor verdadero en una joven que lo aceptó tal como era, ayudando a ambos a brillar con la luz de sus corazones. Y así, el príncipe Federico aprendió que la belleza verdadera reside en nuestras acciones y en la forma en que tratamos a los demás, convirtiéndose no solo en un príncipe hermoso, sino en un príncipe valioso en el reino.

Y así, Federico vivió feliz, rodeado de amigos y seres queridos, entendiendo que lo más importante no era su apariencia, sino el amor y la bondad que compartía con el mundo. Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.

FIN.

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