El Príncipe de los Colores



Era una vez, en un bosque encantado lleno de colores del arcoíris, un castillo también de todos los colores del arcoíris. Allí vivía una hermosa princesa de casi cinco años llamada Helena Dziuban. Helena tenía unos ojos verdes color miel que brillaban como la luz del sol. Desde que era muy pequeña, Helena había aprendido a amar la aventura y la curiosidad. Cada día exploraba el bosque, hablando con los animales y descubriendo nuevos secretos.

Un día, mientras daba un paseo con su unicornio amigo llamado Arcoíris, encontró un camino nuevo y misterioso entre los árboles. Helena, llena de emoción, decidió seguirlo.

"¿A dónde nos llevará este camino, Arcoíris?" - preguntó Helena moviendo su cabellera encintada y dorada.

"¡Vamos a descubrirlo!" - respondió Arcoíris moviendo su crin multicolor.

Después de caminar un rato, llegaron a una parte del bosque que nunca habían visto. Allí, había un pequeño estanque, y en su orilla se sentaba un dragón de colores brillantes.

"Hola, pequeña princesa. Me llamo Drago" - dijo el dragón con una voz suave, como un susurro del viento.

Helena lo miró con curiosidad, sin asustarse.

"Hola, Drago. ¿Por qué estás aquí solo?" - preguntó.

"He perdido mis colores, y sin ellos no puedo volar ni jugar. Me siento muy triste" - respondió Drago, agachando la cabeza.

La princesa, al ver a su nuevo amigo tan desanimado, decidió ayudarlo.

"No te preocupes, Drago. ¡Juntos encontraremos tus colores!" - exclamó con determinación.

Drago levantó la mirada y sonrió.

"¿De verdad lo harías?" - preguntó con esperanza.

"Sí, vamos a buscar en todo el bosque" - dijo Helena.

Los tres amigos comenzaron su búsqueda. Recorrieron majestuosas colinas, cruzaron arroyos brillantes y jugaron con las flores que danzaban al viento. En cada lugar, preguntaban si alguien había visto los colores de Drago.

"¡Tal vez podrías preguntar a la abuela Flora!" - sugirió Arcoíris, recordando a una sabia anciana que vivía en una cueva cercana.

Así que se dirigieron a la cueva de la abuela Flora. Al llegar, la anciana los recibió con una sonrisa.

"Hola, Helena y amigos. ¿Qué los trae por aquí?" - preguntó con amabilidad.

Helena explicó la situación, y la abuela Flora frunció el ceño pensativa.

"Hmm, creo que sus colores están escondidos en el corazón del bosque, pero sólo podrán encontrarlos si trabajan en equipo y ayudan a otros en el camino" - dijo.

"¿Cómo podemos ayudar a otros?" - preguntó Helena.

"Mientras más des brillantes en sus corazones, más fácil será encontrar los colores de Drago" - contestó la abuela Flora.

Helena se emocionó al escuchar esto.

"¡Vamos a ayudar a todos los que podamos!" - exclamó.

A partir de ese momento, comenzaron su aventura ayudando a otros animales del bosque. Ayudaron a un conejo a encontrar su hogar, a un pájaro a construir su nido y a una tortuga a cruzar el camino. Con cada acto de bondad, Helena, Arcoíris y Drago sintieron cómo sus corazones se llenaban de colores brillantes.

Finalmente, llegaron a un claro donde una hermosa luz brillaba intensamente. En el centro, una piedra mágica comenzó a brillar con la misma luz que ellos habían cultivado con sus actos de bondad.

"¡Miren!" - gritó Helena.

"Debemos tocar la piedra juntos" - sugirió Arcoíris.

Los tres unieron sus manos y tocaron la piedra. Al instante, un torrente de colores comenzó a girar a su alrededor. Drago, con sus ojos cerrados, sintió cómo los colores regresaban a su cuerpo.

"¡Lo lograste! ¡Soy yo de nuevo!" - gritó Drago, lleno de alegría, mientras sus colores vibrantes regresaban.

Helena sonrió y abrazó a su amigo.

"Ahora puedes volar de nuevo, Drago!" - dijo feliz.

Con su corazón lleno de amistad y alegría, Drago levantó vuelo, dando vueltas en el aire.

"Gracias, Helena. Nunca olvides que el verdadero poder de los colores está en ayudar a los demás" - le dijo Drago.

Helena miró al cielo con un brillo especial en sus ojos color miel.

"¡Sí! Y siempre recordaré lo importante que es la amistad y la bondad" - respondió.

Y así, de regreso a su castillo, Helena se convirtió en la princesa de los colores, llenando el bosque y los corazones de todos con su amor y compasión.

Desde ese día, cada vez que veía un arcoíris, sonreía y recordaba aquella mágica aventura.

"Siempre ayudaremos a los demás, ¿verdad, Arcoíris?" - preguntó.

"¡Sí, Helena!" - respondió.

Y así, Helena vivió feliz, rodeada de colores y amigos, aprendiendo que la verdadera belleza radica en el amor y la amistad que compartimos.

FIN.

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