El Príncipe, el Tigre y la Gallina
Había una vez en un reino lejano un joven llamado Mateo, que soñaba con aventuras. Un día, mientras exploraba el bosque cercano a su hogar, se topó con un castillo que nunca había visto antes. Curioso, decidió acercarse.
"¡Hola!" gritó Mateo al ver la puerta entreabierta. Nadie respondió, pero cuando se asomó, vio a un joven príncipe de cabellos dorados y una sonrisa amable, vestido con una capa azul brillante.
"¡Bienvenido! Soy el Príncipe Leo. ¿Quién eres tú?" preguntó el príncipe, acariciando a un tigre de rayas profundas que se había acomodado a su lado.
"Soy Mateo. Nunca había visto un castillo tan hermoso ni un tigre tan impresionante. ¿Por qué vives aquí solo con... eh, con un tigre y una gallina?" inquirió Mateo, mirando a una gallina blanca que picoteaba el suelo.
"No estoy solo. Tengo a mis amigos," respondió Leo con una sonrisa, señalando a la gallina. "Ella se llama Clucky y siempre me ayuda a mantener a raya a las brujas malas que rondan el castillo."
Mateo se sorprendió. "¿Brujas malas?"
"Sí, viven en el bosque y a veces tratan de entrar al castillo para robar mis tesoros. Pero Clucky y Yo sabemos cómo detenerlas. Tienes que tener mucho cuidado por aquí, porque son muy astutas," explicó Leo.
"¡Me encantaría ayudar!" exclamó Mateo, emocionado.
"¡Perfecto! Pero primero, dame tu palabra de que siempre tendrás valor y serás generoso. Solo así podrás unirte a nosotros en la lucha contra las brujas," dijo Leo, mirándolo fijamente.
"¡Lo prometo!" respondió el joven, lleno de determinación.
Juntos, los tres amigos comenzaron a explorar el castillo y sus alrededores. La gallina Clucky tenía un talento especial para encontrar pequeñas pistas que indicaban la presencia de las brujas. Un día, mientras caminaban cerca de un arroyo, Clucky comenzó a cacarear con fuerza.
"¡Detecté algo!" gritó Leo. "¡Vamos!"
Mateo y Leo siguieron a Clucky hasta un arbusto espeso donde encontraron a dos brujas en pleno plan para entrar al castillo.
"¡Esas brujas son muy malas!" dijo Mateo asustado. "¿Qué haremos?"
"Recuerda lo que prometiste: valor y generosidad. Necesitamos distraerlas. Tú haz un ruido fuerte, yo usaré el tigre para asustarlas. Clucky, tú mantén los ojos abiertos para que no escapen," explicó Leo.
Mateo, decidido, encontró una rama y comenzó a golpearla contra un árbol, haciendo un gran estruendo. Las brujas, sorprendidas, se dieron vuelta.
"¿Qué fue eso?" preguntó una de las brujas con voz chillona.
"¡No lo sé!" dijo la otra, con los ojos llenos de miedo.
Justo en ese momento, Leo hizo rugir al tigre. "¡Rugido de Atlas, no dejes que escapen!" gritó Leo. Las brujas, aterrorizadas, corrieron en dirección opuesta y desaparecieron entre los árboles.
"¡Lo conseguimos!" exclamó Mateo, mientras todos celebraban. "¡Gracias por confiar en mí!"
"Tu valentía ha sido admirable, Mateo. Has demostrado ser un verdadero amigo," dijo Leo, sonriendo ampliamente.
"Sí, pero no olvidemos que cada vez que trabajamos juntos somos más fuertes. Las brujas no podrán ganarnos cuando estamos unidos," agregó Clucky con su típico cacareo.
Desde ese día, Mateo, Leo, Clucky y Atlas formaron un equipo invencible. Juntos, aprendieron sobre el valor de la amistad, la generosidad y la valentía. Viajarían por el bosque, ayudando a otros en apuros y manteniendo a las brujas a raya. Mateo volvió a su hogar, pero visitó cada semana al príncipe, cada vez descubriendo algo nuevo sobre la amistad y el compañerismo.
Y así, en aquel reino, un príncipe, un joven, un tigre y una gallina demostraron que la verdadera fuerza se encuentra en la unidad y que incluso los más pequeños pueden enfrentarse a grandes retos si tienen valor en sus corazones. Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.
FIN.