El Príncipe Feliz y la Golondrina Generosa



En un hermoso pueblo llamado Solbrillo, se alzaba majestuosa la estatua del Príncipe Feliz. Todos los habitantes lo admiraban y cada día le dejaban flores a sus pies como muestra de cariño.

La estatua brillaba bajo el sol con su manto dorado y sus piedras preciosas resplandecían aún en la noche más oscura. Un día, una golondrina cansada de viajar decidió descansar en la columna donde se erigía la estatua del Príncipe Feliz.

La golondrina observó detenidamente al Príncipe y notó que tenía una expresión triste en su rostro bañado en oro. Intrigada, decidió preguntarle:- ¿Por qué estás tan triste, Príncipe Feliz? - preguntó la golondrina.

El Príncipe respondió con voz suave pero melancólica: "A pesar de mi riqueza y belleza, no puedo ayudar a aquellos que sufren en nuestra ciudad". La golondrina, conmovida por las palabras del Príncipe, decidió ayudarlo a llevar alegría a los necesitados.

Durante el día recogía migajas de pan para los hambrientos y durante la noche llevaba las monedas que caían de los bolsillos de los ricos hacia las casas de los pobres. El Príncipe Feliz sonreía al ver cómo la golondrina distribuía bondad por toda la ciudad.

Poco a poco, gracias a sus acciones desinteresadas, las calles se llenaron de risas y esperanza. Los niños volvieron a jugar felices en los parques y los adultos recuperaron la fe en un futuro mejor.

Sin embargo, mientras tanto, la golondrina sacrificaba su propia vida por ayudar al prójimo. El frío invierno llegó y con él una terrible tormenta que arrebató las fuerzas de la pequeña ave.

Antes de partir hacia el cielo eterno, la golondrina le dijo al Príncipe:- Gracias por enseñarme el verdadero significado del amor y la generosidad. Aunque mi vida sea corta, sé que he hecho una diferencia en este mundo gracias a ti.

El Príncipe Feliz sintió un profundo pesar al perder a su amiga voladora pero también experimentó una alegría indescriptible al saber que juntos habían cambiado vidas para siempre.

Desde ese día en adelante, cada vez que alguien pasaba junto a la estatua del Príncipe Feliz podía escuchar el eco del canto dulce de una golondrina recordándoles que el verdadero tesoro reside en dar amor sin esperar nada a cambio. Y así, Solbrillo se convirtió en un lugar donde reinaba la solidaridad y el afecto entre todos sus habitantes.

Y colorín colorado este cuento ha terminado pero nunca olvides: ¡la generosidad siempre ilumina nuestros corazones!

FIN.

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