El Príncipe Feo y la Niña Alba
Había una vez, en un reino muy lejano, una niña llamada Alba. Alba era una niña alegre y curiosa, siempre buscando nuevas aventuras.
Un día, mientras exploraba el bosque encantado del reino, se encontró con un joven príncipe que tenía fama de ser feo, muy feo. Su nombre era Maruxa. Alba quedó cautivada por la dulzura y nobleza de Maruxa.
Pero al intentar acercarse a él, se dio cuenta de que el príncipe no parecía interesado en ella. Esto entristeció mucho a Alba, pero no perdió la esperanza. Decidió entonces investigar más sobre la historia del príncipe Maruxa y descubrió que había sido víctima de un hechizo malvado cuando era solo un bebé.
Este hechizo lo había convertido en el ser más feo del reino. La gente lo evitaba y se burlaba de él sin conocer su verdadera belleza interior.
Alba sabía que debía hacer algo para ayudar a Maruxa a romper ese hechizo y encontrar su felicidad. Entonces decidió hablar con los sabios del reino para buscar una solución. "Sabios del reino, necesito su ayuda", dijo Alba con determinación.
Los sabios escucharon atentamente las palabras de Alba y le dijeron que solo había una forma de romper el hechizo: encontrar el corazón puro capaz de amar incondicionalmente al príncipe Maruxa. Sin perder tiempo, Alba comenzó su búsqueda por todo el reino en busca del corazón puro.
Recorrió bosques, montañas y ríos, pero no lograba encontrarlo. Hasta que un día, mientras ayudaba a una anciana a cruzar la calle, se dio cuenta de que el corazón puro estaba en ella misma. "¡Eureka! ¡Lo encontré!", exclamó Alba emocionada.
Alba regresó al castillo y buscó nuevamente al príncipe Maruxa. Esta vez, sin importar lo que pensaran los demás o cómo luciera él, le confesó su amor incondicional.
"Maruxa, aunque todos te consideren feo, para mí eres el ser más hermoso del mundo. Tu bondad y nobleza brillan tanto como el sol", dijo Alba con ternura. Maruxa quedó sorprendido por las palabras de Alba. Nadie antes había dicho algo tan hermoso sobre él.
Poco a poco, su corazón comenzó a sanar y la belleza interior que siempre había tenido empezó a reflejarse en su exterior. El reino entero quedó asombrado al ver la transformación del príncipe Maruxa y reconocieron su verdadera valía como persona.
A partir de ese momento, todos aprendieron una gran lección: no debemos juzgar por las apariencias sino valorar a las personas por lo que son en su interior.
Alba y Maruxa vivieron felices para siempre en el reino encantado, disfrutando de cada aventura juntos y enseñando a los demás la importancia del amor verdadero. Y así termina nuestra historia queridos niños y niñas. Recuerden siempre mirar más allá de las apariencias y valorar a las personas por su verdadero ser.
FIN.