El Príncipe Generoso
Había una vez en un pequeño reino llamado Coronalia, un príncipe muy egoísta y engreído llamado Federico. Federico siempre estaba preocupado por su apariencia y riquezas, y no le importaba el bienestar de los demás.
Un día, mientras paseaba por los jardines del castillo, vio a una golondrina herida que no podía volar. La golondrina había quedado atrapada en una red y sus alas estaban lastimadas. El príncipe se acercó a ella con desdén.
"¿Qué te ha pasado?", preguntó Federico con indiferencia. La golondrina le contó que estaba migrando hacia el sur cuando quedó atrapada en la red de un cazador furtivo.
Había perdido todas sus fuerzas tratando de escapar y ahora ya no podía volar para continuar su viaje. El príncipe miró alrededor y vio a lo lejos una estatua de oro del padre del reino, el Rey Alfonso III, ubicada en la plaza principal.
Se dio cuenta de que desde allí podría ver todo lo que ocurría dentro del reino. Federico tuvo una idea egoísta: ordenaría a la golondrina llevarle todos los tesoros del reino para satisfacer sus caprichos.
Pero luego se dio cuenta de algo: si la golondrina llevaba todos esos objetos pesados, jamás podría volar nuevamente hacia el sur. Entonces decidió ayudarla a escapar sin pedir nada a cambio. Con mucha paciencia desenredó las alas de la golondrina hasta que finalmente pudo volar.
"Gracias, príncipe", dijo la golondrina con gratitud. "Ahora podré continuar mi viaje hacia el sur y reunirme con mi familia". El príncipe sonrió y sintió una extraña sensación de alegría en su corazón.
Pero pronto esa felicidad se desvaneció cuando vio a una niña llorando en un rincón del jardín. Se acercó a ella y le preguntó qué le pasaba. La niña explicó que era pobre y no tenía suficiente dinero para comprar comida.
Federico, recordando su experiencia con la golondrina, decidió ayudarla. Fue al granero del castillo y llenó un saco con alimentos para la niña. Luego lo llevó hasta donde ella estaba y le ofreció su ayuda.
La niña, sorprendida por la generosidad del príncipe, aceptó sus alimentos con lágrimas de felicidad. A partir de ese día, Federico cambió por completo su forma de ser. Comenzó a preocuparse por los demás habitantes del reino y trabajó incansablemente para mejorar sus vidas.
Donaba ropa a los necesitados, construía escuelas para los niños sin acceso a la educación e incluso compartía su tiempo jugando con ellos en los parques. Con el paso del tiempo, el príncipe Federico se convirtió en un líder amado por todos los habitantes de Coronalia.
Su bondad y generosidad habían transformado completamente el reino. Y así fue como el Príncipe Federico aprendió que la verdadera riqueza no está en las posesiones materiales, sino en hacer el bien a los demás.
Desde aquel día, el príncipe feliz se convirtió en un ejemplo de bondad y generosidad para todos. Y colorín colorado, esta historia ha terminado.
FIN.