El Príncipe y el Bosque Encantado
Había una vez un niño llamado Tomás que vivía en un pueblo pequeño al borde de un espeso bosque. Un día, mientras jugaba con sus amigos, decidió aventurarse un poco más allá de donde se atrevían los demás. Tomás era curioso y soñador, y quería descubrir todos los secretos que el bosque pudiera ofrecer.
Mientras caminaba, los árboles se volvían más altos y la luz del sol apenas llegaba al suelo. Tomás seguía explorando, y sin darse cuenta, se fue alejando cada vez más de su camino. Cuando se dio cuenta, se encontró completamente perdido.
- ¡Ayuda! - gritó Tomás, pero el único sonido que respondió fue el susurro del viento entre las hojas.
Asustado, se sentó contra un árbol enorme y cerró los ojos. Después de unos momentos, escuchó un ruido que lo hizo abrirlos de golpe. Un joven apuesto, vestido con una capa de colores vibrantes, se acercaba junto a un majestuoso caballo.
- Hola, pequeño. No te asustes, soy el príncipe Alejandro. ¿Qué haces aquí tan lejos? - preguntó el príncipe con una voz suave y tranquilizadora.
- Me perdí - respondió Tomás, con lágrimas en los ojos. - Solo quería explorar, pero ahora no sé cómo volver a casa.
- No te preocupes, estoy aquí para ayudarte. Este bosque es mágico, y juntos podemos encontrar el camino. ¿Quieres venir conmigo? - dijo el príncipe.
Tomás asintió, secándose las lágrimas. Montaron a caballo, y el príncipe le explicó que el bosque estaba lleno de criaturas singulares.
- ¿Sabías que aquí viven hadas y duendes? - dijo mientras avanzaban.
- ¡No! - exclamó Tomás, muy emocionado.
Mientras recorrían el bosque, se encontraron con un pequeño duende que lloraba.
- ¿Por qué lloras, amigo? - preguntó el príncipe.
- He perdido mi sombrero mágico - respondió el duende entre sollozos. - Sin él, no puedo volar.
Tomás se acercó y dijo: - Tal vez podamos ayudarte a buscarlo.
El príncipe sonrió y asintió. Juntos, empezaron a buscar el sombrero por todos lados. Después de un rato, Tomás lo vio, atrapado entre las ramas.
- ¡Lo encontré! - gritó Tomás, señalando hacia arriba.
El duende se secó las lágrimas y comenzó a reírse. - Gracias, pequeño valiente. Te debo mucho. -
- No fue nada - respondió Tomás sonriendo. - ¡Estamos aquí para ayudarnos!
El duende les ofreció su ayuda para encontrar el camino de vuelta a casa. Juntos, formaron un equipo y continuaron por el bosque. En el camino, se encontraron con un grupo de hadas que danzaban entre flores. Ellas también ofrecieron su ayuda y guiaron a Tomás y al príncipe.
Mientras recorrían el mágico bosque, Tomás aprendió que la ayuda y la amistad son fundamentales. Después de pasar por mágicas aventuras y resolver problemas juntos, lograron llegar a la orilla del bosque donde estaba el pueblo de Tomás.
- ¡Mirá! - exclamó Tomás lleno de alegría. - ¡Mi casa!
El príncipe sonrió, sabiendo que había cumplido su misión.
- Recuerda, Tomás, siempre que estés perdido, no dudes en pedir ayuda. La amistad y la valentía te guiarán por el camino correcto. -
Tomás se bajó del caballo, y antes de regresar a su casa, se giró para mirar al príncipe.
- ¡Gracias, príncipe Alejandro! - dijo con gratitud.
El príncipe montó su caballo y se despidió. - ¡Hasta luego, pequeño amigo! Nunca dejes de explorar y aprender.
Tomás volvió corriendo a su hogar, con el corazón lleno de alegría, habiendo aprendido una valiosa lección sobre la amistad y la valentía. A partir de ese día, siempre compartió sus aventuras y ayudó a los demás, ¡sabiendo que la magia del bosque siempre estaría con él!
Y así, Tomás se convirtió en un niño valiente y generoso, recordando siempre su encuentro con el príncipe en el bosque encantado.
FIN.