El Príncipe y el Pato


Había una vez en una hermosa tierra lejana, un príncipe encantador que se paseaba en su caballo blanco a las afueras del majestuoso castillo. El príncipe, llamado Mateo, disfrutaba de su paseo diario admirando la naturaleza que lo rodeaba.

Un día, mientras cabalgaba por los alrededores del castillo, se detuvo junto a una brillante laguna. Al mirar el reflejo de su rostro en el agua, quedó maravillado por su propia apariencia.

Estaba tan enamorado de sí mismo que pasaba horas contemplando su reflejo sin darse cuenta de lo vanidoso que se estaba volviendo. Esa actitud preocupaba a los habitantes del reino, quienes veían a Mateo cada vez más alejado de la realidad y de las necesidades de su pueblo.

Una tarde, mientras paseaba por los jardines, Mateo encontró a un pato solitario que parecía triste.

El príncipe se acercó al pato y le preguntó qué le sucedía, y el pato respondió con voz melancólica: -Estoy cansado de ser solo un pato. Todos me ven como un simple ave común, y nadie se detiene a conocerme de verdad. Mateo, sorprendido por la tristeza del pato, decidió ayudarlo. Juntos emprendieron un viaje por el reino, conociendo a diferentes personas y animales.

En cada encuentro, el príncipe aprendía a escuchar y a valorar a los demás más allá de las apariencias. A medida que conocía las historias de cada habitante, el corazón del príncipe se llenaba de empatía y comprensión.

El pato, por su parte, también descubría la belleza de ser quien era, comprendiendo que su valor no radicaba en su apariencia, sino en su autenticidad.

Con el tiempo, Mateo dejó de obsesionarse con su propio reflejo y se convirtió en un gobernante compasivo y sabio, siempre dispuesto a escuchar y ayudar a su pueblo. Y el pato, con el apoyo del príncipe, se convirtió en un símbolo de valentía y nobleza en el reino.

Ambos, el príncipe y el pato, habían aprendido una valiosa lección: el verdadero amor y la belleza residen en el interior de cada ser, y la empatía es el camino hacia la verdadera grandeza.

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