El prodigio valiente


Había una vez en Chacabuco, un pequeño bebé llamado Alfonso. A sus 9 meses de edad, Alfonso ya había logrado muchas proezas que sorprendían a su familia.

Sus papás, Aylén y Ramiro, estaban maravillados con cada uno de sus avances. Un día soleado, Alfonso estaba jugando en el jardín junto a su hermana Fer, su hermano Fran, su abuelo Abu y su tía Jime.

Todos se quedaron boquiabiertos al ver que Alfonso tenía cuatro dientes brillantes asomándose por encima de sus rosadas encías. "-¡Miren! ¡Alfonso tiene dientes!" exclamó Fer emocionada. "-Es cierto. ¡Qué rápido está creciendo!" dijo Jime sorprendida. Al ver la emoción de todos, Alfonso decidió hacer algo aún más impresionante.

Se puso de pie apoyándose en la cerca del jardín y comenzó a dar pasitos torpes hacia mamá Aylén. "-¡Mamá! ¡Mamá!" balbuceó Alfonso mientras caminaba hacia ella. Aylén no podía contener la alegría y las lágrimas brotaron de sus ojos.

Abrazó a su pequeño hijo con ternura mientras todos aplaudían emocionados. Los días pasaban y cada vez que alguien visitaba a la familia de Alfonso, él buscaba la forma de sorprenderlos aún más.

Un día durante el almuerzo familiar, mientras todos disfrutaban de una rica tortilla española preparada por Abu, Alfonso empezó a mover los pies de manera peculiar. "-¡Miren, miren! ¡Alfonso está bailando!" exclamó Fran emocionado.

Todos se quedaron atónitos al ver cómo Alfonso movía sus pies como si estuviera pedaleando una bicicleta invisible. La música sonaba en su cabeza y él seguía el ritmo con sus pequeños pies. "-Es la famosa "Tortuga Enriqueta" que le gusta tanto a Alfonso", dijo Aylén entre risas.

La familia entera se unió al baile de Alfonso, riendo y disfrutando del momento. Era increíble cómo un bebé tan pequeño podía alegrar tanto a todos con su inocencia y sus habilidades sorprendentes.

Con cada nuevo logro, Alfonso demostraba que no había límites para lo que podía alcanzar. Su familia estaba orgullosa de él y lo animaban a seguir aprendiendo y descubriendo nuevas cosas cada día. Así, Alfonso creció rodeado de amor y apoyo incondicional.

Sus padres le enseñaron la importancia del esfuerzo y la perseverancia, mientras que su hermana Fer, su hermano Fran, su abuelo Abu y su tía Jime siempre estuvieron ahí para animarlo en cada paso que daba.

Y así fue como el pequeño Alfonso se convirtió en un niño valiente e inspirador, dispuesto a enfrentar cualquier desafío que se le presentara en el camino.

Su historia nos enseña que nunca debemos subestimar las capacidades de los más pequeños, ya que ellos son capaces de sorprendernos con grandes hazañas. Y sobre todo nos recuerda la importancia de la familia y el amor incondicional para alcanzar nuestros sueños.

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