El Pueblo de los Sueños Perdidos
En una pequeña aldea llamada Puerto Cisnes, donde las olas del mar acarician las costas y las montañas cuelgan como guardianes del lugar, los niños solían contar historias de un misterioso ser que vivía en las sombras de la ladera. Decían que era un monstruo que robaba los sueños de aquellos que no creían en sí mismos. Pero, la verdad era que, en el fondo, no había monstruo, solo un problemón que resolver.
Un día, tres amigos: Lía, Tomás y Nico, decidieron que era hora de descubrir la verdad detrás de la leyenda.
"¡Vamos! Necesitamos ver qué hay detrás de esa montaña", dijo Lía, emocionada.
"Pero, ¿y si encontramos al monstruo?", preguntó Tomás con un toque de miedo en su voz.
"¡No hay tal monstruo! Solo un misterio por resolver", aseguró Nico, decidido.
Con sus mochilas llenas de golosinas y valentía, los tres amigos subieron la montaña. En su camino, encontraron a un anciano sentado al borde de un acantilado.
"¿Estás buscando al monstruo?", preguntó el anciano, sonriendo.
"Sí, queremos descubrir qué pasa con los sueños de la gente", explicó Lía.
"Ah, los sueños... son frágiles, se escapan fácilmente si no les das valor. Pero también existe algo más, en el bosque cercano se esconde un árbol mágico que hace desaparecer los sueños perdidos. ", dijo el anciano.
Intrigados, los amigos decidieron buscar ese árbol mágico.
Al llegar al bosque, se encontraron con un enorme árbol cubierto de hojas plateadas. A su lado, había muchas personas que habían perdido su confianza y estaban intentando alcanzarlo sin éxito.
"¿Qué pasa?", preguntó Tomás.
"No podemos llegar al árbol. Cada vez que pensamos que podemos, algo nos detiene", respondió una mujer con lágrimas en los ojos.
Lía, al ver a tantos tristes, tuvo una idea.
"¿Qué tal si todos juntos hacemos un círculo y contamos lo que nos gusta de nosotros mismos? Quizás eso nos ayude a ver que podemos alcanzar nuestros sueños".
"No sé si funcionará…", dudó un hombre mayor.
"¡Probemos!", exclamó Nico animado.
Así, los amigos comenzaron:
"A mí me gusta que siempre trato de hacer reír a mis amigos", dijo Tomás.
"A mí me encanta cantar, aunque a veces tengo miedo de que no me escuchen", confesó Lía.
"Yo creo que soy bueno dibujando, aunque nadie lo note", comentó Nico.
Uno a uno comenzaron a compartir lo que más les gustaba de sí mismos. Y, a medida que lo hacían, una luz brillante del árbol comenzó a brillar más intensamente.
"¡Miren!", gritó Lía.
"Los sueños están volviendo a nuestros corazones", dijo el anciano que había aparecido de nuevo.
"El árbol se alimenta de la confianza y el amor propio. Ustedes lo han despertado con sus palabras. ", sonrió.
Los habitantes de Puerto Cisnes se dieron cuenta de que habían dejado de lado sus sueños por miedo y que aquel ser de las sombras no era un monstruo, sino el reflejo de sus propios temores.
"Ahora sé que puedo ser cantante", dijo Lía con una gran sonrisa.
"Y yo puedo dibujar lo que quiera", agregó Nico emocionado.
"Yo puedo hacer reír a la gente con mis chistes", terminó Tomás con una gran carcajada.
Así, los amigos regresaron a Casa con los corazones llenos de sueños y nuevos amigos. Puerto Cisnes volvió a ser un lugar lleno de risas y posibilidades, donde todos aprendieron que el verdadero monstruo a vencer era la falta de confianza en uno mismo.
Y desde ese día, en el pueblo, cada año se realiza un festival donde todos cuentan sus sueños y celebran el valor de creer en lo que se desea. Y así, el sol brilló siempre en Puerto Cisnes, recordando a todos que no hay sueños imposibles, solo personas que deben aprender a creer en sí mismas.
FIN.