El pueblo olvidado
Era un día soleado en el pequeño pueblo de Villa Esperanza, un lugar donde todos los vecinos se conocían y siempre compartían historias y risas. Sin embargo, un día, Everardo, un amable anciano del lugar, se despertó y notó que todo estaba demasiado tranquilo. No había risas en el aire, ni el bullicio habitual de los niños jugando en la plaza.
"¡Hola! ¿Hay alguien ahí?" - llamó Everardo mientras salía de su casa.
Pero solo escuchó el eco de su propia voz. Miró a su alrededor, y vio las puertas cerradas y las ventanas con cortinas echadas. Era como si el pueblo hubiera caído en un profundo silencio.
Everardo decidió investigar, así que caminó por las calles vacías. Pasó por la heladería de doña Clara, donde siempre había gente disfrutando de un rico helado, pero la tienda estaba cerrada.
"¿Dónde se habrá ido todo el mundo?" - se preguntó, con una pizca de nostalgia.
Siguió su camino hasta la plaza central. Allí estaba la fuente, que solía ser el lugar de encuentro. Estaba vacía y un poco triste, como si también extrañara a los vecinos.
"Quizás estén en el campo..." - intentó convencerse. Pero a medida que pasaba el tiempo, su preocupación crecía.
Decidió llamar por teléfono a algunos de sus amigos, pero ninguno contestaba. Cada vez más alarmado, se dirigió hacia la biblioteca del pueblo, convencido de que allí encontraría alguna pista. Entró y se encontró con un libro antiguo que hablaba de un misterioso encantamiento que podría haber atrapado a todos los habitantes.
"¡Esto es raro!" - exclamó Everardo mientras leía en voz alta, "la leyenda menciona que si todos los vecinos no se unen en un festín de alegría, el pueblo quedará vacío para siempre".
Everardo, decidido a cambiar las cosas, comenzó a pensar en cómo reunir a todos. Recordó que para un buen festín se necesitaban deliciosos platillos y un ambiente festivo.
Salió a buscar los ingredientes en su jardín, donde cultivaba tomates, lechugas y hasta algunas calabazas. "Voy a hacer una ensalada gigante y un guiso especial. Esto traerá de vuelta a mis vecinos, seguro".
Mientras trabajaba en su cocina, comenzó a cantar una canción alegre. Su voz llenó el silencio del pueblo. Después de preparar la comida, llevó todo a la plaza y decoró el lugar con flores y luces que había guardado para ocasiones especiales.
"¡A celebrar!" - gritó, con la esperanza de que sus amigos lo escucharan.
Y así, día tras día, Everardo regresaba a la plaza, cantando y cocinando, creando un aroma irresistible. Los días pasaron y poco a poco, algunos curiosos empezaron a asomarse.
Un día, mientras él cantaba, apareció Marta, la panadera, seguida de unos niños.
"Everardo, ¡te escuchamos! ¿Qué está pasando aquí?" - preguntó Marta, sorprendida por el ambiente festivo.
"¡Hice un banquete para celebrar nuestra amistad! Los extraño a todos y pensé que esto podría atraerlos" - respondió Everardo, sonriendo.
Los niños, emocionados, comenzaron a ayudar con los preparativos. Uno trajo globos, otro pegó decoraciones en los árboles, y la plaza fue cobrando vida nuevamente. En poco tiempo, más vecinos llegaron, atraídos por el aroma y la música. Todos estaban encantados.
"¡No podíamos quedarnos sin festejar!" - dijo don Felipe, trayendo una torta que había hecho. Todos se unieron en la plaza, compartiendo risas, historias, y por supuesto, un delicioso banquete.
Al final del día, después de haber creado una fiesta maravillosa, Everardo comprendió que la verdadera magia no estaba en el encantamiento, sino en la unión de su comunidad.
"¡Prometamos nunca alejarnos de nuestros amigos!" - dijo Everardo mientras todos levantaban sus copas en señal de amistad.
Y así, Villa Esperanza volvió a estar llena de vida, risas y amor, gracias a la perseverancia de un simple vecino que decidió no rendirse ante el silencio.
FIN.