El Puente de la Luz
En un reino dividido por un enorme abismo, vivían dos pueblos que nunca se hablaban. Al norte, el pueblo de Altomonte disfrutaba de abundancia y riquezas, pero la desconfianza y el miedo reinaban entre sus habitantes. Mientras tanto, al sur, el pueblo de Bajomonte era conocido por su solidaridad y bondad, aunque sus habitantes luchaban con la pobreza y la escasez.
Un día, un joven llamado Tomás, de Altomonte, se asomó al borde del abismo y vio a una joven en el sur, llamada Lía, que constantemente sonreía y ayudaba a quienes la rodeaban.
"¿Por qué sonreís cuando tenés tan poco?" - le preguntó Tomás a Lía, intrigado por su alegría.
"Porque la felicidad no se mide en cosas materiales, sino en el amor que compartimos entre nosotros" - respondió Lía.
Tomás regresó a su pueblo y forjó una idea en su mente. Se dio cuenta de que, a pesar de tener riquezas, su gente no era feliz. Entonces, decidió construir un puente para unir a los dos pueblos.
Con la ayuda de algunos amigos, Tomás comenzó a trabajar en el puente. Cada día, enfrentaban nuevos obstáculos: la falta de materiales, el escepticismo de sus vecinos, y la dificultad de cruzar el abismo.
"¿Por qué gastar tiempo y esfuerzo en algo así?" - le decía su amigo Lucas.
"Porque necesitamos conectarnos, necesitamos entender al otro" - respondía Tomás.
Mientras tanto, en Bajomonte, Lía había visto a Tomás y quería ayudarlo. Así que decidió reunir a los habitantes de su pueblo y crear un plan para facilitar la construcción del puente.
"Si unimos nuestras manos y corazones, podemos hacer que este puente brille con luz y esperanza" - les dijo Lía.
Con trabajo en conjunto, los dos pueblos comenzaron a colaborar. Los habitantes de Bajomonte traían materiales y herramientas, mientras que los de Altomonte ofrecían sus conocimientos sobre la construcción y la organización. Con el tiempo, el puente se alzó majestuosamente sobre el abismo.
Finalmente, el día de la inauguración llegó. La gente de ambos pueblos se reunió, un puñado de expectantes miradas cruzadas. Con un gran letrero que decía: "Puente de la Luz", Tomás y Lía se tomaron de las manos y dieron el primer paso.
"¡Por fin, juntos!" - exclamó Lía con alegría.
"Sí, juntos podemos hacer mucho más" - agregó Tomás mientras cruzaban el puente.
A medida que ambas comunidades se encontraron en el centro del puente, se dieron cuenta de que tanto el norte como el sur tenían mucho que ofrecerse mutuamente.
Las barreras de desconfianza comenzaron a desmoronarse. Hablaron, rieron y compartieron historias.
"Tal vez haya tanto por aprender el uno del otro" - dijo Lucas, sorprendido de la hospitalidad del pueblo del sur.
"Y tanto que podemos dar a quienes menos tienen" - respondió uno de los mayores de Bajomonte, con una sonrisa.
Con el tiempo, el puente no solo conectó dos tierras, sino también dos corazones. Las tradiciones de ambos pueblos se entrelazaron y comenzaron a florecer nuevas amistades. Se organizaban ferias comunes, comidas compartidas y juegos donde los niños y niñas jugaban sin fronteras.
Un día, mientras tomaban un descanso, Tomás y Lía miraron hacia el horizonte.
"¿Te imaginas cómo sería el mundo si todos hicieran lo mismo?" - preguntó Tomás.
"¡Sí! Un lugar donde todos se ayuden y compartan lo que tienen, no importa cuán grande o pequeño sea" - respondió Lía.
Así, el Puente de la Luz no solo se convirtió en una estructura física, sino en un símbolo de unidad, confianza y amistad. El reino, antes dividido, floreció en una sinfonía de colores, risas y amor.
Desde entonces, cada año celebran el día de la inauguración del puente, recordando que incluso las distancias más grandes se pueden superar cuando se trabaja juntos y se comparte lo que uno tiene.
FIN.