El Puente de la Solidaridad



Érase una vez en un reino llamado Economilandia, donde vivían dos grupos: los ricos, que habitaban en magníficas casas de oro y disfrutaban de deliciosas comidas en banquetes, y los pobres, que vivían en humildes chozas y luchaban por conseguir alimento cada día. Aunque compartían el mismo reino, los ricos y los pobres rara vez se cruzaban.

Un día, en la plaza central de Economilandia, un niño llamado Tomás y una niña llamada Valentina, que pertenecían a los grupos opuestos, se encontraron. Tomás, que era de familia pobre, estaba tratando de vender flores que había cosechado en el campo para ayudar a su madre. Valentina, hija de un comerciante adinerado, había salido a comprar frutas para el almuerzo.

"¡Hola!" - saludó Tomás, sosteniendo un ramo de flores.

"¡Hola!" - respondió Valentina, mirándole curiosa. "¿Son para vender?"

"Sí, son las más bellas del campo. ¿Te gustaría comprar alguna?"

"No puedo. Mi padre dice que no debemos gastar dinero en flores, siempre se marchitan" - contestó Valentina, sin darse cuenta de que Tomás estaba triste.

Al ver la expresión preocupada en el rostro de Tomás, Valentina sintió un impulso. "¡Espera! ¿Y si hacemos un trato?"

Tomás le miró intrigado. "¿Qué tipo de trato?"

"Podría comprar tus flores y luego te invito a un picnic en nuestro jardín. Así podrías ver cómo viven los ricos, ¡y podríamos jugar juntos!"

"¿De verdad? ¿No se lo dirás a tu padre?"

"No, esto será nuestro secreto."

Tomás sonrió, sintiendo que había encontrado una nueva amiga.

Valentina compró el ramo de flores, y juntos se fueron al jardín de su casa. Allí, había una gran mesa llena de frutas, bocadillos y dulces. Mientras disfrutaban de la comida, Valentina y Tomás comenzaron a hablar sobre sus vidas.

"A veces siento que no necesito tantas cosas. Solo quiero jugar y ser feliz" - confesó Valentina.

"Yo solo quiero que mi madre tenga suficiente comida y que todos mis amigos puedan tener un lugar seguro para vivir" - respondió Tomás.

De repente, Valentina tuvo una idea brillante. "¡Y si hacemos algo al respecto! Podríamos construir un lugar donde tanto ricos como pobres puedan compartir cosas, jugar y aprender juntos."

"¿Pero cómo? Los adultos nunca se pondrían de acuerdo" - dijo Tomás, dudando de la idea.

"¡Nosotros podemos mostrarles!" - insistió Valentina, entusiasmada. "Hagamos una gran fiesta en la plaza e invitemos a todos. Que todos se traigan algo especial, y celebre que juntos somos más fuertes."

Con determinación, los dos amigos comenzaron a planear el evento. Valentina se encargó de enviar invitaciones a las familias ricas, mientras que Tomás fue a hablar con su comunidad de la zona pobre. Después de muchas charlas y risas, todos estaban emocionados por la idea de la fiesta.

El día del evento, la plaza de Economilandia se llenó de risas, música y color. Gente de todas las clases sociales se reunió, trayendo comida, juegos y actividades. Había un rincón de arte, un pequeño teatro donde los niños podían actuar, y juegos tradicionales que todos podían disfrutar.

Tomás y Valentina se convirtieron en los mejores organizadores del evento. Cuando llegó la hora de dividirse en equipos para los juegos, los ricos y los pobres se unieron en grupos sin pensar en sus diferencias. Juntos, compartieron risas y aprendieron unos de otros.

"Mirá, es divertido compartir lo que tenemos" - dijo uno de los amigos de Tomás a Valentina.

"Sí, ¡deberíamos hacer esto más seguido!" - respondió otra amiga de Valentina.

De repente, un anciano se acercó a la plaza, con una gran sonrisa en su rostro. Era el rey de Economilandia, que había estado observando la transformación de su reino.

"Me parece que he encontrado el verdadero tesoro de este reino: la solidaridad y la amistad entre ustedes. ¡Estoy muy orgulloso!" - dijo el rey.

El rey propuso que la plaza fuera un lugar común para que la gente de Economilandia se reuniera y compartiera, no solo en ocasiones especiales, sino todos los días.

Así fue como nació el “Puente de la Solidaridad”, como fue nombrado el lugar. A partir de ese momento, ricos y pobres comenzaron a colaborar, aprender entre ellos y compartir momentos felices.

Tomás y Valentina, los mejores amigos, demostraron que muchas veces las verdaderas riquezas no están en el oro o en la comida, sino en la bondad, el amor y la unidad.

Y así, en el reino de Economilandia, todos vivieron felices, haciendo del mundo un lugar mejor, un juego a la vez.

FIN.

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