El puente de la valentía



estaba emocionada por la idea de visitar a su tía en la granja. Era un lugar lleno de animales, plantas y aventuras por descubrir. Así que, sin perder tiempo, se preparó para el viaje.

Sofia caminó junto a sus padres mientras cruzaban la montaña. El sol brillaba y el aire fresco le acariciaba el rostro. El camino era empinado y pedregoso, pero eso no detenía su entusiasmo.

Finalmente, llegaron al río que debían cruzar para llegar a la granja de su tía. Pero había un problema: no había puente ni bote para atravesarlo. "¿Y ahora qué hacemos?", preguntó Sofia con una mezcla de preocupación y curiosidad en su voz.

Sus padres intercambiaron miradas y sonrieron. "¡Vamos a construir nuestro propio puente!", dijo su padre con entusiasmo. Todos juntos empezaron a recolectar ramas grandes y resistentes. Con cuidado, las fueron colocando sobre el río hasta formar una especie de pasarela improvisada.

Una vez terminado el puente, Sofia fue la primera en probarlo. Caminó lentamente sobre las ramas mientras todos sostenían la respiración. ¡Funcionaba! El puente soportaba su peso sin problemas.

Con valentía, toda la familia cruzó el río sobre el puente improvisado hasta llegar al otro lado. Allí los esperaba un paisaje hermoso lleno de colinas verdes y animales jugando felices en los prados. Sofia estaba maravillada con lo que veía a su alrededor; era como un mundo mágico.

Corrió emocionada hacia la granja de su tía, donde fue recibida con abrazos y sonrisas. La granja estaba llena de animales: gallinas, vacas, caballos y hasta un perro muy simpático llamado Max.

Sofia pasaba sus días explorando cada rincón de la granja junto a Max, quien se convirtió en su fiel compañero de aventuras. Un día, mientras Sofia jugaba en el corral de las ovejas, notó que una pequeña ovejita se había separado del rebaño.

Se acercó cuidadosamente y vio que tenía una pata lastimada. "¡Pobrecita! ¿Estás bien?", preguntó Sofia con ternura. La ovejita baló débilmente y miró a Sofia con ojos tristes. Parecía tener mucho miedo.

Sofia no dudó ni un segundo y decidió ayudarla. Buscó a su tía para contarle lo que había encontrado y juntas buscaron una forma de curar la herida de la ovejita.

Con paciencia y cariño, lavaron la pata herida y le pusieron un vendaje improvisado hecho con tela blanda. La ovejita pareció sentirse mejor al instante. "¡Lo logramos!", exclamó Sofia emocionada mientras acariciaba a la pequeña ovejita. A partir de ese día, Sofia visitaba todos los días a su nueva amiga en el corral.

Le daba comida especial para que se recuperara más rápido y le contaba historias divertidas para alegrarle el día. Con el tiempo, la ovejita se recuperó por completo y pudo volver a jugar con las demás.

Pero nunca olvidó la amabilidad de Sofia y siempre le mostraba su agradecimiento. El verano pasó rápidamente y llegó el momento de regresar a casa.

Sofia estaba triste por dejar la granja, pero también feliz por todas las aventuras vividas y los nuevos amigos que había hecho. Cuando cruzaron nuevamente el puente improvisado para regresar al otro lado del río, Sofia se detuvo un momento para mirarlo con cariño.

Ese puente representaba mucho más que una simple pasarela; era un símbolo de valentía, creatividad y solidaridad.

A partir de ese día, Sofia entendió que no importa cuán grande sea el desafío o cuántos obstáculos haya en el camino, siempre hay una forma de superarlos si tenemos coraje, imaginación y ayudamos a los demás. Y así fue como la pequeña Sofia aprendió una valiosa lección mientras exploraba el mundo: ser curiosa no solo nos permite descubrir cosas maravillosas, sino también hacer la diferencia en la vida de quienes nos rodean.

FIN.

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