El Puente de los Sueños



Había una vez en un barrio de Buenos Aires un grupo de niños que vivían en dos calles enfrentadas. En un lado estaba la Calle de los Colores, donde todos los niños jugaban y reían juntos. En la otra, la Calle de los Sordos, donde los niños estaban tristes y solitarios. Nadie sabía muy bien por qué, pero los de la Calle de los Colores siempre evitaban cruzar hacia el otro lado y los de la Calle de los Sordos se sentían excluidos.

Un día, una niña llamada Sofía, que vivía en la Calle de los Colores, decidió investigar por qué. Le vio a uno de los niños de la Calle de los Sordos, llamado Tomás, sentado solo en una esquina con un lápiz y una hoja de papel.

"¿Por qué no juegas con los demás?" - le preguntó Sofía, con curiosidad.

"Porque no me invitan..." - respondió Tomás, con tristeza en sus ojos.

Sofía sintió un cosquilleo en el corazón. No podía creer que los niños de su calle dejaran a Tomás solo. Entonces, volvió a su casa y habló con su amigo Marco.

"¡Tenemos que hacer algo! Tomás necesita amigos. No es justo que haya niños que se sienten solos" - exclamó Sofía, emocionada.

"¿Pero qué podríamos hacer?" - preguntó Marco, pensativo.

"Podemos organizar un encuentro. Invitar a todos los niños del barrio, así conocemos a los de la Calle de los Sordos" - propuso Sofía, con determinación.

Con gran entusiasmo, Sofía y Marco se pusieron a trabajar. Al día siguiente, repartieron volantes por todas las casas: "¡Gran encuentro en el parque! Jugar, compartir historias y conocer nuevos amigos". Los niños de la Calle de los Colores estaban emocionados, pero algunos estaban nerviosos por cruzar a la Calle de los Sordos.

Finalmente, el día del encuentro llegó. El lugar estaba lleno de color y risas. Sofía hizo una gran hoguera con ramas y todos se sentaron alrededor.

"¿Qué es lo que más les gusta de sus casas?" - preguntó Sofía, mirando a su alrededor.

Los niños de la Calle de los Colores contaron sobre sus juegos y tradiciones familiares. Pero, cuando Tomás tuvo la oportunidad de hablar, su voz temblaba un poco.

"En mi casa, hacemos fiestas de cuentos. Mi abuelita cuenta historias antiguas de nuestros antepasados. Me encanta porque así aprendo sobre mi cultura" - reveló, mientras ciudad se hacía un silencio respetuoso.

Los niños escucharon fascinados. Al final, cambiaron sus historias, sus risas y enseñaron recetas de diferentes platillos.

"Nunca pensé que aprender de otras culturas sería tan divertido" - dijo Ana, una niña de la Calle de los Colores.

Con el correr del tiempo, Sofía y sus amigos se dieron cuenta que todos tenían mucho que ofrecer, pero que también existían diferencias que habían causado conflictos. Niños de distintas calles y de diferentes clases sociales empezaron a jugar juntos, a compartir sus juegos y sobre todo a aprender. Cada encuentro era una oportunidad de acrecentar el capital cultural de todos.

Pero no todo fue fácil. Hubo algunos adultos que se opusieron a la idea.

"¡Esos chicos son diferentes!" - se quejaban algunos.

Pero Sofía estaba decidida. Organizaba nuevos encuentros y proponía juegos donde todos participaban, haciendo que la barrera entre las dos calles fuera cada vez más pequeña.

Un día, después de varias semanas organizando encuentros, Sofía les propuso a todos construir juntos un puente de cartón.

"Es como nuestra amistad, tenemos que sostenerla con estos pilares diferentes. Juntos es más fuerte" - decía mientras pegaban y cortaban papel.

En la inauguración del Puente de los Sueños, todos los niños, del barrio, incluidos los adultos, cruzaron juntos. Fue un momento mágico, lleno de risas y promesas.

"Desde ahora, este puente representa nuestra solidaridad y que siempre habrá espacio para aprender de los demás" - dijo Sofía, con entusiasmo.

Así, los niños y sus familias empezaron a organizar fiestas del barrio, donde cada uno mezclaba sus tradiciones y culturas. Se crearon nuevas amistades y la empatía y la igualdad entre los grupos comenzaron a florecer.

Los encuentros se volvieron parte de su rutina, y lo que había empezado como una lucha por la inclusión se convirtió en una celebración de la diversidad cultural. Años más tarde, en las escuelas del barrio, ese puente seguía siendo un símbolo de que todos, sin importar su identidad cultural o su capital cultural, podían jugar, aprender e interactuar.

Y así, el barrio cambió para siempre, gracias al esfuerzo de dos niños y su deseo de construir lazos de amistad, haciéndose eco de que en la diversidad siempre hay un valor que celebrar.

Y colorín Colorado, este cuento transformado ha terminado.

FIN.

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