El Puente de Palabras



En un barrio de Buenos Aires, donde los murales cuentan historias y el aroma a empanadas invita a todos a disfrutar de la vida, vive Tomás, un adolescente de 15 años que a menudo se siente como un pez fuera del agua. A pesar de tener un hogar amoroso, en la escuela se siente aislado entre sus compañeros.

"¿Por qué no puedo decir lo que siento?", se preguntaba Tomás todos los días antes de ir al colegio.

Las mañanas eran un desafío. Su corazón latía rápido cuando llegaba a la entrada del colegio. Observaba a sus compañeros riendo y conversando mientras él se quedaba en un rincón, dibujando en su libreta. Crayones, sombras y colores eran su refugio.

Un día, sucedió algo inesperado. Mientras estaba en la biblioteca, encontró un libro viejo titulado "El destino de las palabras". En él, un personaje aprendía a construir un puente, no con ladrillos, sino con palabras que unían a la gente. Inspirado, Tomás tuvo una idea para conectar con sus compañeros.

"Si las palabras son un puente, tal vez pueda organizar un taller de cuentos en el colegio", murmuró para sí mismo.

Con la ayuda de su profesora de Lengua, le propuso a su colegio la idea de realizar una actividad donde todos pudieran compartir historias. La profesora, emocionada por la iniciativa, lo apoyó enseguida.

"¡Me encanta la idea, Tomás! La comunicación es fundamental. ¿Te gustaría que lo anunciaramos en el próximo recreo?", le preguntó.

Al principio, Tomás se sintió nervioso, pero cuando escuchó a sus compañeros decir que estaban interesados, su corazón se llenó de alegría.

"¿En serio?", preguntó con sorpresa.

"Sí, parece divertido. Yo tengo una historia sobre un dragón", dijo Lucas, uno de los chicos más populares de la clase.

Con cada encuentro del taller de cuentos, Tomás escuchaba relatos de sus compañeros sobre aventuras, miedos y sueños. Aprendió que, a pesar de las diferencias, todos tenían algo en común.

Un día, durante el taller, un chico nuevo, Joaquín, llegó al colegio. Era tímido y observador, parecido a cómo había sido Tomás al empezar. La primera vez que Joaquín habló, fue para compartir un cuento sobre un perro que podía hablar, y todos se rieron.

"Siempre quise tener un perro así", bromeó Lucas.

Después de escuchar a Joaquín, Tomás se dio cuenta de que él también tenía ganas de ser escuchado. Entonces, en el siguiente taller, se armó de valor.

"Yo tengo una historia que contar", dijo Tomás, con la voz temblorosa pero decidida.

El aula se quedó en silencio. Tomás compartió su historia sobre un viaje a un mundo al revés, donde los colores eran sonidos y la música era el aire. Al finalizar, una lluvia de aplausos estalló en el salón. Sus compañeros lo miraban asombrados.

"¡No sabía que tenías tanto talento!", comentó Lucas.

Finalmente, el taller se convirtió en un éxito. Todos se sentían más conectados. Tomás había encontrado sus palabras y, con ellas, una nueva forma de relacionarse con sus amigos. Su mundo ya no era tan solitario.

Un día, al salir del colegio, se dio cuenta de que ya no le costaba comunicado. La timidez seguía presente, pero estaba listo para enfrentarla. Al despedirse de sus amigos, sintió una calidez en su corazón.

"¿Nos juntamos mañana para seguir contando historias?", preguntó Joaquín.

"¡Sí! Y tal vez podamos hacer un libro con nuestras historias", respondió Tomás, sonriendo hechizado.

Así fue cómo Tomás aprendió que, a veces, el camino para conectarse con los demás no es tan complicado. Todo comienza con un simple deseo de compartir. Las palabras fueron su puente, y ahora su vida estaba llena de amigos.

"Las historias son como un rompecabezas", pensó Tomás al caminar a casa. "Cada pieza es única, y juntas forman un gran mosaico".

FIN.

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