El Puente que se Llevó el Río



Era un hermoso día en el tranquilo pueblo de Ríos Verdes, donde los niños jugaban en el parque y las familias paseaban por la orilla del río que cruzaba el lugar. El puente de madera, viejo pero resistente, conectaba a ambos lados del río, y todos los habitantes del pueblo lo consideraban un símbolo de unidad.

Un día, mientras los pájaros cantaban y el sol brillaba, las nubes comenzaron a acumularse en el horizonte.

- ¡Miren! - dijo Lucía, una niña curiosa -, ¡se viene una tormenta!

- No hay problema - respondió su amigo Tomás -, a veces llueve y no pasa nada.

Sin embargo, las gotas empezaron a caer, primero despacito y luego, con un estruendo alarmante. En poco tiempo, el cielo se oscureció y la lluvia torrencial hizo que el río creciera como nunca.

- ¡El río está muy alto! - gritó Pablo, otro amigo, al ver cómo el agua se desbordaba.

Los niños corrieron a ver el fenómeno, pero pronto comprendieron que algo no iba bien. El puente empezó a moverse, quejándose bajo la fuerza del agua.

- ¡Debemos avisar a los adultos! - exclamó Lucía, su voz ahogada por el rugido del río.

Los niños corrieron hacia el centro del pueblo, donde la gente se reunía nerviosa. Entre murmullos y preocupaciones, de pronto se escuchó un fuerte crujido, y todos miraron al puente, que se balanceaba peligrosamente.

- ¡Cuidado! - gritó un anciano que pasaba por allí, pero ya era tarde. Un chorro de agua arrastró el viejo puente con un estruendo que resonó en todo el pueblo.

- ¡Oh no! - lloró Lucía, aterrorizada. - ¡¿Y ahora cómo cruzaremos? !

Los adultos se asustaron, pero sabían que tenían que actuar.

- No podemos quedarnos así - dijo la alcaldesa del pueblo, una mujer sabia y valiente. - Tenemos que encontrar una solución y trabajar juntos.

- Pero, ¿cómo? El puente se fue - dijo Tomás, con los ojos llenos de lágrimas.

- Una vez, el río estuvo seco, y aprendimos a construir canoas - recordó la alcaldesa. - ¿Por qué no nos organizamos para hacerlo de nuevo?

Los niños la miraron, y poco a poco, su tristeza se convirtió en entusiasmo.

- ¡Buena idea! - dijo Pablo, levantando su mano. - ¡Volvamos al parque y busquemos materiales para hacer canoas!

Así fue como, después de una breve lluvia, el pueblo se unió para recoger maderas, neumáticos viejos y todo lo que encontraron.

- Trabajemos juntos - motivó la alcaldesa. - Así aprenderemos a no depender de un solo puente.

Los niños, armados de energía e ideas, comenzaron a construir. Cada uno de ellos aportaba algo especial: Lucía tenía mucha fuerza, mientras que Tomás era un gran dibujante y trazaba los planos. Por su parte, Pablo fue el encargado de motivar al resto del pueblo.

Pasaron horas brillantes de risas y juegos, todos con un objetivo en mente: hacer su propia flota de canoas. Finalmente, con esfuerzo y colaboración, lograron hacer varias canoas y barcos improvisados.

- ¡Listo! - dijo Lucía, sonriendo de oreja a oreja, mientras observaban sus creaciones.

Bajo la supervisión de los adultos, se hicieron pruebas. El primer barco salió a flote y todos gritaron de alegría.

- ¡Funcionó! - gritó Pablo, mientras todos aplaudían.

- Ahora podremos cruzar el río - dijo la alcaldesa, sonriendo.

Con la alegría y el orgullo, todos se subieron a las canoas y comenzaron a cruzar el río. Se dieron cuenta de lo que significaba unirse en tiempos difíciles y cómo, cuando hay una crisis, hay que buscar soluciones juntos.

Mientras todos navegaban, comenzó a salir el sol, y con él, un nuevo arcoíris apareció en el cielo.

- ¡Miren! El río se llevó el puente, pero nos trajo muchas cosas valiosas: amistad, unidad y creatividad - dijo la alcaldesa mientras todos celebraban.

Desde ese día, el pueblo de Ríos Verdes nunca volvió a ver al viejo puente como el único camino. Cada vez que se formaban tormentas, recordaban lo que podían hacer si trabajaban juntos. Y aunque el puente había desaparecido, sus corazones seguían unidos más que nunca en cada nueva aventura, haciendo de cada día una oportunidad para aprender y crecer.

Y así, cada vez que llovía, los niños reían, recordando que a veces lo que se pierde puede abrir la puerta a nuevas y brillantes oportunidades.

- ¡Vamos a construir algo aún más grande la próxima vez! - dijo Lucía, con una risa contagiosa.

- ¡Sí! ¡Todo es posible cuando estamos juntos! - concluyó Tomás, mientras todos se abrazaban, felices de saber que un simple puente no era lo que mantenía unida a la comunidad, sino la fuerza del trabajo en equipo y la amistad.

FIN.

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