El Pulpito y el Niño del Mar
Había una vez un pequeño pulpito llamado Valente que vivía en las profundidades del océano. Valente era muy curioso y siempre soñaba con salir a la superficie y ver el mundo más allá de su hogar marino. Un día, su amigo el pez payaso, Pipo, le dijo que el sol brillaba principalmente sobre la superficie.
"¿Qué hay allá arriba?" - preguntó Valente emocionado.
"Sólo los valientes se atreven a salir. Pero vale la pena, ¡hay mucho por descubrir!" - respondió Pipo.
Con el corazón palpitante y un chorrito de tinta de nervios, Valente decidió que ese sería el día. Así que se deslizó hacia arriba, luchando contra las corrientes de agua. Finalmente, emergió en la superficie y sus tentáculos fueron acariciados por el cálido sol.
Al mirar alrededor, se sorprendió al ver un niño pequeño, de ojos brillantes y pelo al viento, que jugaba en la orilla del mar. El niño se llamaba Tomás. Valente, nervioso pero emocionado, se acercó a la playa.
"¡Hola!" - gritó Tomás al ver al pulpito.
Valente, no muy seguro si debía responder, sólo hizo un pequeño movimiento con sus tentáculos. Tomás lanzó un grito de alegría.
"¡Mirá, un pulpito!" - exclamó, saltando de felicidad.
"¡Hola! Soy Valente. Nunca había visto un niño antes. ¿Qué haces aquí?" - contestó Valente, tomando confianza.
"Vengo a jugar y a buscar conchitas. ¿Querés jugar conmigo?" - preguntó Tomás.
Valente sintió una chispa de alegría. Sin embargo, rápidamente se dio cuenta de que no podía ir muy lejos de la orilla aunque quería jugar con Tomás.
"No puedo ir a la arena, el agua es mi hogar... pero puedo hacer cosas divertidas desde aquí. ¡Mirá esto!" - dijo Valente, haciendo figuras con sus tentáculos en el agua.
Tomás observó asombrado cómo Valente creaba burbujas, dibujaba círculos y hacía saltar pequeños peces.
"¡Sos un artista!" - lo elogió Tomás. "Yo puedo hacer castillos de arena. ¿Querés que hagamos uno juntos?" - propuso.
"¡Sí! Pero necesitarás más agua para que se mantenga firme... ¡espera!" - dijo Valente. Entonces, empezó a salpicar agua hacia la arena con sus tentáculos, creando un brillo mágico en el castillo.
Juntos, construyeron un magnífico castillo de arena con torres y un foso de agua. La combinación de las habilidades de ambos los hizo reír y aplaudir, y el sol brillaba sobre ellos como si estuviera disfrutando también.
Pero, todo cambió cuando una gaviota voló muy cerca. "¡Miren lo que tengo!" - gritó la gaviota, dando un giro en el aire.
Ella se llevó con su pico uno de los cubos de Tomás y comenzó a alejarse volando.
"¡No! ¡Mi cubo!" - gritó Tomás, desesperado.
Valente, viendo la tristeza en el rostro de Tomás, decidió actuar.
"¡Tranquilo! Yo puedo ayudar, dame un momento" - dijo Valente. Con destreza, se deslizó por debajo del agua y se acercó a donde estaba la gaviota.
Juntos con los peces, empezaron a bailar en el agua, haciendo un espectáculo en el que el brillo de las escamas del pez resplandecía. La gaviota, sorprendida y entretenida, detuvo su vuelo y empezó a mirar, olvidando el cubo en su pico.
Valente aprovechó ese momento. "¡Tomás! ¡Ahora!" - le gritó. Tomás corrió hacia el agua, y cuando la gaviota se distrajo, logró recuperar su cubo.
"¡Lo hicimos! ¡Gracias, Valente!" - exclamó Tomás, corriendo de vuelta hacia la orilla.
Juntos reían y disfrutaban su victoria. Así fue como Valente y Tomás se hicieron amigos inseparables. Desde aquel día, Valente seguía viniendo a la superficie y Tomás nunca perdía la oportunidad de jugar en la playa. Aprendieron que, aunque eran diferentes, juntos podían crear momentos mágicos.
"Toda la diversión no está sólo en el juego, sino en ayudarse mutuamente y aprender uno del otro", dijo Valente, mientras se despedían al caer la tarde.
Y así, un pulpito y un niño demostraron a todos que la amistad y la creatividad pueden superar cualquier aventura, y que, aunque a veces hay diferencias, la alegría compartida es lo que realmente importa.
FIN.