El Ratocinto que Se Comió la Luna



Había una vez, en un pequeño pueblo rodeado de montañas, un ratoncito llamado Ratico. Ratico era un ratón muy curioso y soñador. Cada noche, cuando los demás ratones se acomodaban en sus cuevas para dormir, Ratico se subía a una roca grande para mirar las estrellas y soñar con aventuras lejanísimas.

Una noche, mientras observaba la luna brillante, Ratico tuvo una idea loca. "¿Y si pudiera comerse la luna?", pensó, imaginando cómo sería el sabor de la luz lunar. La idea le pareció tan atractiva que decidió que debía hacerlo. Esa misma noche, Ratico se armó de valor y salió de su hogar.

"¡Voy a necesitar un plan!", se dijo a sí mismo mientras caminaba hacia el campo.

Al llegar a la colina, Ratico miró hacia arriba y vio la luna sonriendo.

"¡Hola, luna!", gritó con todas sus fuerzas. "Soy Ratico, y he venido a comerte".

La luna, sorprendida por la pequeña criatura que la miraba desde abajo, le respondió con una dulce voz.

"¿Por qué querrías hacer eso, pequeño ratón? No soy más que un reflejo de luz en el cielo".

Ratico pensó un momento y respondió:

"Pero te veo brillar, y pienso que debes saber mucho sobre el mundo. Tal vez, si me como un pedazo de ti, me contarás tus secretos".

La luna comenzó a reír suavemente.

"Querido Ratico, puedo contarte historias sin que me comas. Estoy aquí para iluminar tus noches, y no hay necesidad de que me hagas daño".

Ratico se sintió un poco avergonzado, pero curiosidad aún ardía en su corazón.

"¿De verdad puedes?" - preguntó con los ojos brillantes.

"¡Por supuesto! Aunque no de la manera en que esperas. ¿Quieres saber cómo se formó el océano? O tal vez te gustaría escuchar sobre las estrellas que ya no están aquí. A cambio, solo necesitas darme algunas de tus aventuras" - dijo la luna, guiñándole un ojo.

Ratico se emocionó con la idea.

"¡Me encantaría contar mis aventuras!" - exclamó. Así que el ratón y la luna comenzaron a intercambiar cuentos y risas bajo la noche estrellada.

Ratico relató historias de sus escapadas en busca de quesos, cómo un día se perdió en la granja y conoció a una gran vaca que le enseñó a jugar a las escondidas, y cómo una vez ayudó a un ave a encontrar su camino a casa.

"¡Qué historias más divertidas!" - decía la luna entre risas. "Pero si te comes un pedazo de mí, te perderás todas las historias que todavía te puedo contar. En cambio, ¿por qué no me prometes que cada noche vendrás y me contarás algo nuevo?".

Ratico pensó un instante y decidió que esa era una mejor idea.

"Tienes razón, luna. Mil veces prefiero contarte mis aventuras a comerme un pedazo de tu luz".

Desde aquel día, Ratico visitaba a la luna cada noche, y ella, a cambio, lo llenaba de historias y secretos del universo. Así, el pequeño ratoncito aprendió que las cosas más valiosas no siempre se encuentran en la forma de un bocado de queso, sino en la amistad y el intercambio de vivencias.

Y así, bajo la brillante luz de la luna, Ratico se convirtió en un gran contador de historias, en su pueblo y más allá, siempre enviando un guiño a su amiga lunar, que le enseñó que a veces, lo mejor no es lo que creemos que deseamos, sino lo que realmente necesitamos: amistad y curiosidad por el mundo que nos rodea.

FIN.

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