El recreo de Emiliano



Era un día soleado en el colegio San Juan, y los niños estaban ansiosos por salir al recreo. El timbre sonó y todos corrieron hacia el patio, menos Emiliano. Emiliano era un niño gentil y talentoso, pero prefería jugar solo en un rincón del patio, dibujando sus ideas en la arena.

Mientras los demás jugaban al fútbol, saltaban, y reían, Emiliano se sentaba tranquilo, concentrado en sus dibujos. Moldeaba figuras de dinosaurios, cohetes y criaturas fantásticas, y aunque disfrutaba de su mundo, a veces sus ojos se iluminaban al mirar a sus compañeros.

Un día, mientras Emiliano estaba profundamente concentrado en su arte, su compañera Sofía, que jugaba al lado con su grupo de amigas, lo miró con curiosidad.

"¿Por qué no vienes a jugar con nosotros, Emiliano?" -le preguntó Sofía, mientras giraba su peonza.

Emiliano sonrió tímidamente y respondió: "Gracias, pero me gusta más dibujar. A veces, siento que en mis dibujos puedo crear mundos donde todo es posible."

"¿Y si esos mundos los compartimos juntos?" -proponía Sofía con entusiasmo.

Emiliano se quedó pensando. Esa noche, mientras se acostaba, las palabras de Sofía dieron vueltas en su cabeza. Al día siguiente, decidió probar algo nuevo. Cuando el timbre sonó, en lugar de dirigirse a su rincón habitual, se acercó al grupo de Sofía.

"¿Les gustaría ver lo que dibujé?" -preguntó con un giro en su voz.

Sofía, sorprendida, se volvió hacia sus amigas. "Claro, Emiliano, ¡mostranos!"

Emiliano se sentó en el pasto y comenzó a dibujar figuras en el suelo. Sus compañeros se acercaron con curiosidad, mirándolo sorprendidos. A medida que dibujaba, empezó a contar la historia de un dragón que quería aprender a volar.

"¿Sabían que el dragón tenía que practicar todos los días? Hubo veces en las que se caía, pero no se rendía porque creía en sus sueños." -dijo Emiliano, con un brillo en sus ojos.

Los niños estaban tan intrigados por la historia que se sentaron alrededor de él, olvidándose por un momento del fútbol y las carreras.

"¡Eso es increíble, Emiliano!" -exclamó Mateo. "¡Tenemos que ayudar al dragón!"

Y así, juntos, empezaron a diseñar una aventura en la que ese dragón volador ayudaba a sus amigos a alcanzar sus sueños. Con cada trazo que Emiliano hacía, los demás sugerían nuevas ideas: un toro que quería bailar, una tortuga que soñaba con correr más rápido.

"¡Vamos a hacer un mural en el patio!" -sugirió Sofía entusiasmada. "Sería genial que otros niños también lo vean."

Emiliano se sorprendió, no había pensado que su arte pudiera ser tan inspirador para otros. Aceptó la propuesta con un brillo de emoción. Esa misma tarde, todos juntos, comenzaron a reunir materiales: tizas de colores, cartulinas, y pinceles que hicieron que el patio cobrara vida.

Poco a poco, lo que comenzó como un dibujo de un dragón se transformó en un mural lleno de imaginación, risas y trabajo en equipo. Cuando una parte estuvo lista, todos se alejaron para contemplar su obra.

"Es hermoso, Emiliano. Tu talento inspira a todos aquí. ¡Gracias por compartirlo!" -dijo Sofía, con una amplia sonrisa.

Con el tiempo, Emiliano se dio cuenta de que podía combinase su amor por el arte con la alegría de compartir momentos con sus compañeros. Y aquellas escenas que antes solamente llenaban sus sueños, ahora estaban más vivas que nunca en el mural del patio.

Desde ese día, Emiliano no solo salió al recreo, sino que también encontró nuevas formas de incluir a sus compañeros en su universo creativo. Juntos soñaron, hablaron y se convirtieron en un equipo. A veces, el aula no solo es un espacio para aprender, sino un lugar donde juntos podemos crear historias que valen la pena compartir.

Y así fue como un simple recreo se convirtió en una explosión de creatividad entre amigos, un recordatorio de que siempre es bueno abrirse a los demás y compartir nuestras pasiones.

FIN.

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