El reencuentro con la felicidad


Aníbal era un hombre mayor que había pasado la mayor parte de su vida en la ciudad. Había trabajado como profesor durante muchos años, enseñando a jóvenes estudiantes en una escuela secundaria del Gran Buenos Aires.

Pero a medida que se hacía mayor, comenzó a sentirse cada vez más cansado y abrumado por el ruido y el caos de la ciudad.

Un día, mientras estaba sentado en su casa leyendo un libro sobre la vida en el campo, Aníbal se dio cuenta de que siempre había querido vivir lejos de la ciudad. Recordaba haber pasado sus vacaciones de infancia visitando a sus tíos en una pequeña granja rodeada de campos verdes y animales curiosos.

"Verónica", dijo Aníbal con entusiasmo esa noche después de cenar, "¿qué te parecería si nos mudáramos al campo?"Verónica lo miró sorprendida pero felizmente asintió con la cabeza. A ella también le encantaba la idea.

Así que vendieron su departamento y compraron una pequeña casa cerca de un pueblo rural. Allí vivían rodeados por campos verdes y animales curiosos tal como recordaba Anibal. Al principio fue difícil para Aníbal adaptarse a su nueva vida.

Extrañaba los restaurantes elegantes y los cines modernos; extrañaba sus amigos y colegas de trabajo. Pero poco a poco empezó a disfrutar del aire fresco, las caminatas por el campo, la tranquilidad del lugar donde vivían.

Anibal también comenzó a hacer nuevos amigos allí: los vecinos amables que cultivaban sus propios huertos o criaban gallinas para vender huevos frescos en el mercado local. Una tarde, mientras paseaba por el campo, Anibal encontró un pequeño grupo de niños que jugaban alrededor de un árbol.

Se acercó a ellos y les preguntó qué estaban haciendo. "Estamos buscando tesoros", dijo uno de los niños con una sonrisa. Anibal se rió y les preguntó si podía ayudarlos.

Los niños aceptaron encantados, e inmediatamente comenzaron a buscar junto a él. Después de un rato, uno de los niños encontró algo brillante debajo del pasto. Era una moneda antigua que había estado enterrada allí durante años. "¡Lo encontré!", gritó el niño emocionado.

Anibal sonrió y le dio la moneda al niño. Fue en ese momento cuando se dio cuenta de que había encontrado algo mucho más valioso que cualquier tesoro: había encontrado la alegría y la felicidad en su nueva vida en el campo.

Desde entonces, Anibal continuó enseñando, pero ahora lo hacía desde su casa rodeado por animales curiosos y campos verdes. Y siempre recordaría esa tarde especial en la que descubrió su propio tesoro: la vida simple y hermosa del campo.

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