El Reflejo de la Amistad



En una pequeña ciudad, había un niño llamado Julián, que cada día iba al parque con su perro, Max. Un día, mientras jugaban, Julián se detuvo frente a un enorme espejo en el parque. El espejo estaba rodeado de flores y reflejaba no solo su imagen, sino también la de su mejor amiga, Sofía, quien se acercaba corriendo.

- ¡Julián! - gritó Sofía, con su cabellera amarilla ondeando al viento - ¿Vamos a jugar a la pelota?

- ¡Claro! - respondió Julián, sonriendo al verla.

Ambos comenzaron a jugar, pero de repente, una nube oscura cubrió el sol. Sofía se detuvo y miró con preocupación al cielo.

- Julián, ¿qué pasará si llueve? - preguntó, con una mirada triste.

- No te preocupes, siempre podemos buscar refugio debajo de los árboles, ¿verdad, Max? - dijo Julián, acariciando a su perro.

Max movió la cola, como si entendiera la situación. Julián trató de hacer que Sofía viera el lado positivo.

- Además, ¡la lluvia puede ser divertida! Podemos saltar en los charcos - sugirió él, dando un salto entusiasta.

Sofía sonrió, pero de repente, una voz ronca salió de entre las flores del parque.

- No puedo dejar que se mojen.

Ambos se quedaron muy sorprendidos al ver un viejo tortugo apoyado en la orilla del camino.

- Hola, niños - dijo el tortugo con una voz amistosa - soy Don Turtugo. ¿Por qué la niña parece preocupada?

- Es que podría llover - respondió Julián, sin dejar de mirar al tierno tortugo.

- Ah, la lluvia es solo agua, pero el miedo a mojarse no debe detenerte - dijo Don Turtugo, moviendo lentamente su cabeza.

- Pero si me mojo, mis zapatos quedan llenos de barro - insistió Sofía.

- Eso no debería importarte - respondió Don Turtugo - A veces es bueno ensuciarse. Te permite jugar y reír. Los mejores recuerdos se hacen cuando nos dejamos llevar; además, ¡siempre puedes lavarlos después!

Julián se iluminó con esa idea, y comenzó a dar saltos en su lugar.

- ¡Sí! Además podríamos empezar una tradición, el Día del Charco - propuso él, riendo.

- ¡Es una gran idea! - afirmó Sofía, con sus ojos brillando de emoción.

Los dos tomaron las manos y comenzaron a bailar alrededor del espejo, cuando se les ocurrió otra cosa.

- Podemos hacer un concurso, cada uno debe dar su salto más alto en un charco - sugirió Julián.

- ¡Sí! Pero primero, deberíamos invitar a más amigos - dijo Sofía, entusiasmada.

Juntos fueron corriendo a buscar a sus amigos. Al poco tiempo, el parque se llenó de risas y alegría a medida que cada uno demostraba sus habilidades de salto. Cuando al fin empezó a llover, todos se lanzaron a los charcos, chapoteando mientras gritaban de felicidad.

- ¡Miren lo que aprendimos! - gritó Julián, mientras se tiraba a un charco.

Don Turtugo observaba desde un rincón, satisfecho, viendo que la alegría de los niños era contagiosa y que no había que tener miedo a la lluvia.

- ¡Esto es lo mejor! - exclamó Sofía, con los zapatos completamente embarrados.

Cada salto y cada risa eran un recordatorio de que la vida está llena de sorpresas, y que, a veces, el ''miedo'' solo necesita de un poco de color y compañía para ser superado.

Cuando el sol volvió a salir, los niños se sentaron en el suelo cubiertos de barro, y aunque sus zapatos estaban completamente rotos, sus corazones brillaban más que nunca. Y así, decidieron hacer del Día del Charco una tradición del parque, recordando siempre que lo más importante no es lo que llevamos puesto, sino lo que llevamos en el corazón.

Desde ese día, cada vez que se miraban en el espejo del parque, sonreían al recordar cómo se dejaron llevar por el juego y la amistad, que siempre triunfaba sobre cualquier duda.

- Este fue un gran día - concluyó Julián, mientras miraban sus reflejos juntos.

- Sí, ¡y el próximo charco será aún mejor! - agregó Sofía, riendo nuevamente.

Y así, el parque siguió siendo el lugar de aventuras, juegos y nuevos recuerdos, donde la amistad siempre era el mejor refugio para cualquier lluvia.

FIN.

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