El Reflejo Infinito
Era una tarde común en Buenos Aires, con el sol ligeramente escondido tras las nubes. Me encontraba en mi habitación, rodeado de libros de ciencia ficción, cuando de repente, un destello de luz brillante surgió del espejo. Parpadeé por un momento, convencido de que mi mente estaba jugando bromas, pero, para mi asombro, una figura apareció en el espejo. Era una chica idéntica a mí, pero con una energía vibrante que iluminaba toda la estancia.
"Hola, soy Lia de otro mundo", dijo, sonriendo. Su voz era melodiosa como el canto de un pájaro.
"¿Otro mundo? No estoy segura de entender", respondí, sintiendo cómo una mezcla de emoción y miedo ovalaba mi corazón.
"Ven y te lo mostraré. Mi mundo es increíble; hay paisajes que nunca podrías imaginar, criaturas fantásticas y sabores que deleitan el paladar. Todo es mágico y diferente", insistió Lia, con los ojos brillantes de entusiasmo.
Miré mi reflejo en el espejo, dudando. Me había encantado la idea de escapar de la rutina, pero la inseguridad me dominaba.
"No sé... mi mundo aquí es bastante seguro y, además, tengo escuela y…", murmuré, perturbada por el ofrecimiento.
A Lia se le desencajó la sonrisa. El brillo en su mirada se desvaneció como la luz del día al caer la noche.
"¿Tanto miedo tienes a lo desconocido? Solo eres la versión de mí misma. El mundo que podría abrirse ante ti es infinitamente más fascinante que este. ¡Dame una oportunidad!", instó, ya con un tono de voz más intenso.
"Pero...”, bajé la mirada. “No estoy lista para dejar todo atrás.”
Lia frunció el entrecejo.
"¡Eso no es excusa! ¿Te has imaginado lo que estás perdiendo?", gritó. Sus palabras resonaban como un eco lastimero en la habitación.
"No quiero ir, Lia. ¡Ya basta!" alcé la voz, sintiendo que la incomprensión se instalaba entre nosotras.
Lia miró hacia el horizonte del otro lado del espejo y, con una expresión de decepción, dijo:
"Está bien. Pero no me olvides. Aquí, nunca habrá una versión de ti que explore lo desconocido. Te estarás suspendiendo la oportunidad de ser más de lo que sos."
Cerró los ojos y, de repente, desapareció como un susurro en el viento. El espejo volvió a ser solo un espejo, y yo me quedé sola, reflexionando sobre lo que acababa de suceder.
Con el paso de las semanas, me percaté de que este evento no se había esfumado de mi mente. La idea de un mundo diferente me perseguía en mis sueños. La imagen de Lia seguía presente y una parte de mí anhelaba saber más.
Finalmente, un día decidí que tenía que saber. No podía seguir con este vacío. Me preparé, y, reuniendo valor, me acerqué al espejo. Al tocar la superficie fría, un torrente de luz me envolvió, y una vez más, Lia apareció.
Esta vez, su expresión era de asombro y esperanza.
"¡Volviste!", exclamó felizmente.
"Quiero ir a tu mundo. No puedo seguir ignorando lo que existe más allá de mi ventana", le dije, sintiendo una mezcla de nerviosismo y emoción.
Lia sonrió con una mezcla de sorpresa y alegría.
"¡Genial! Te mostraré todo lo asombroso", afirmó, tomando mi mano.
Y así, entre luces y destellos, atravesamos el espejo y entramos en su mundo.
Lo que vi fue como cada historia de aventuras cobrando vida. Los árboles eran altos y vibrantes, cubiertos de hojas rojas y azules. Las criaturas que corrían entre ellos pulsaban con una energía que nunca había sentido. Lia me condujo por un paisaje donde las nubes eran de algodón y el cielo tenía tonalidades que cambiaban cada día.
"Acá cada ser tiene una historia, y cada historia cuenta con sus vidas interconectadas", explicó mientras caminábamos.
Fue fascinante ver cómo las personas y seres de este mundo trabajaban en unidad, cuidando la naturaleza y entre sí. Aprendí sobre su cultura, sobre cómo valoraban el tiempo juntos y la experiencia de aprender unos de otros.
"¿Ves lo que perdiste?", preguntó Lia, con una sonrisa aún más brillosa que la anterior.
"Sí, y no quiero volver a perder más oportunidades. Aquí es donde las historias podrían vivir y florecer", respondí con una nueva determinación.
Pasamos días explorando y disfrutando de este magnífico mundo. Pero, inevitablemente, llegó el momento de regresar.
"Te llevo a tu hogar, pero espero que nunca olvides lo que aprendiste aquí", dijo Lia, su voz llena de emoción.
"Nunca lo haré", le prometí, con lágrimas en los ojos.
El espejo brilló una vez más y, con un último abrazo, regresé a mi habitación. Mi corazón estaba lleno de vida, de historias e inspiración.
Desde ese día, entendí la importancia de arriesgar, de explorar, y de confrontar lo desconocido. Lia me enseñó que, a veces, lo que más tememos puede abrir las puertas a lo más increíble. Empecé a escribir mis propias historias, alimentada por la experiencia que compartí en ese otro mundo.
"Gracias, Lia. Siempre estarás en mí", susurré al espejo un día, con una sonrisa en mi rostro.
Y aunque ella no podía escucharme, sabía que nuestras vidas estarían entrelazadas por la eternidad, pues siempre habría un lugar en mi corazón para el asombro y la aventura.
FIN.