El Refugio de la Abuelita Aurelia



En el pequeño pueblo de Quequeña, vivía una dulce abuelita llamada Aurelia. Ella era conocida por su tierno corazón y su amor por todos los seres vivos, especialmente los perritos. Cada día, cuando caminaba por las calles del pueblo, se paraba a acariciar a los perros que veía, asegurándose de que tuvieran agua y comida.

Un día, mientras caminaba hacia el mercado, escuchó un leve llanto que venía de un callejón. "¿Quién llora así?" - dijo Aurelia, con voz suave. Se acercó y encontró a un pequeño perrito de orejas caídas y pelaje sucio. "¡Pobrecito! ¿Estás perdido?" - exclamó.

Ella lo recogió en sus brazos y lo llevó a casa. Ahí decidió llamarlo —"Rayo"  debido a su energía y a su espíritu aventurero. Pero mientras acompañaba a Rayo en su casa, notó que el llanto no había cesado.

"¿Será que hay más perritos por ahí?" - se preguntó la abuelita. Así que un día, con Rayo a su lado, salió en su búsqueda. Tras un largo paseo, encontró a otro perrito, esta vez de pelaje blanco como la nieve, asustado detrás de una caja.

"No te preocupes, pequeño. Yo te cuido" - dijo Aurelia, y lo tomó en sus brazos. A ese le puso el nombre de —"Nieve" . Rayo movía la colita de alegría, emocionado por tener un nuevo amigo.

Con el correr de los días, la abuelita Aurelia siguió buscando y rescatando a perritos perdidos. Así, encontró a un tercero, al que decidió llamar —"Toby" , que siempre parecía estar buscando algo – o a alguien. Con Rayo, Nieve y Toby en su casa, el hogar de Aurelia comenzó a llenarse de ladridos y alegría.

Sin embargo, no todo era sencillo. Un día, Aurelia se dio cuenta de que no podía cuidar a tantos perritos sola. Con mucha tristeza, les dijo: "Mis queridos amigos, los quiero mucho, pero necesito ayuda. No puedo hacer todo esto yo sola".

Los perritos, aunque no entendían del todo, ladraron en señal de apoyo. Aurelia tuvo una idea brillante. Decidió organizar una jornada de adopción en la plaza del pueblo, donde la gente podría conocer a los perritos y tal vez llevarse alguno a su hogar.

El día de la adopción llegó y Aurelia, con Rayo, Nieve y Toby, preparó todo en la plaza. Cada perrito tenía su propio cartelito que decía lo especial que era. "¡Vengan a conocer a estos hermosos perritos!" - invitaba Aurelia a los vecinos.

Al ver la amabilidad y el cariño de la abuelita, muchos chicos y grandes se acercaron. Los perritos jugaban, corrían y se dejaban acariciar, ganándose el corazón de todos. Aurelia contaba historias de cada uno: "Rayo es el más juguetón y alegre, Nieve es muy tierna y siempre está lista para un abrazo, y Toby es un explorador valiente".

La jornada fue un éxito: muchas familias decidieron adoptar a los perritos, y Aurelia se sintió feliz de saber que sus amigos tendrían un hogar lleno de amor.

"¡Gracias, Rayo, Nieve y Toby! Ustedes me ayudaron a encontrar a esos hogares tan especiales" - dijo la abuelita, mientras los perritos movían la cola felices de ser parte de las nuevas familias.

Finalmente, aunque Rayo se quedó con Aurelia, Nieve y Toby fueron adoptados por dos hermanos del pueblo que prometieron cuidar de ellos con mucho amor. La abuelita supo que había hecho lo correcto.

"Cada perrito merece un hogar, y si todos colaboramos, podemos hacer del mundo un lugar más dulce" - sonrió Aurelia al ver cómo los perritos disfrutaban de su nueva vida. Y Rayo, siempre a su lado, ladraba feliz, como comunicando a todos lo mucho que había aprendido también: que la bondad y la solidaridad hacen magia en los corazones.

Desde entonces, en Quequeña, la abuelita Aurelia no solo fue conocida como la señora de los perritos, sino como la abuelita que enseñó al pueblo sobre el amor y la importancia de cuidar a los animales. Y así, muchos perritos más hallaron su refugio en los corazones de la gente gracias a su generosidad y cariño.

FIN.

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