El refugio del corazón



Había una vez en un lejano reino, un joven llamado Galimatías. Era conocido por ser muy fatuo y siempre querer tener la razón en todo momento.

Pero a pesar de su actitud, era amado y respetado por todos los habitantes del reino. Un día, el invierno llegó al reino y trajo consigo un frío intenso. Las calles se cubrieron de nieve y las personas se aterieron al salir de sus hogares.

Aunque Galimatías no solía preocuparse por nadie más que él mismo, decidió hacer algo para ayudar a los demás. Galimatías decidió construir refugios para aquellos que no tenían donde resguardarse del frío. Sin embargo, su fatuidad lo hizo tropezar con cada paso que daba.

Cada vez que intentaba construir algo, terminaba cometiendo algún error o enfrentándose a algún escollo. Una mañana mientras caminaba por el bosque en busca de madera para seguir construyendo refugios, escuchó unos ruidos extraños provenientes de un arbusto cercano.

Se acercó cauteloso y encontró a un pequeño zorro herido atrapado entre unas ramas. "¡Oh! Pobrecito zorrito, ¿cómo has llegado hasta aquí?" exclamó Galimatías sorprendido. "Estoy herido y me he perdido", respondió el zorro con voz temblorosa.

"No te preocupes, pequeño amigo. Te llevaré a mi casa y te cuidaré hasta que estés mejor", dijo Galimatías con deferencia. Galimatías llevó al zorro a su casa y lo cuidó con mucho amor y paciencia.

Mientras el zorro se recuperaba, Galimatías aprendió a ser más humilde y a valorar la importancia de ayudar a los demás sin esperar nada a cambio.

Un día, mientras Galimatías construía otro refugio para los necesitados, un grupo de personas del reino se acercó para ayudarlo. Todos habían notado su cambio de actitud y querían contribuir en su noble causa. "¡Galimatías, por favor permítenos ayudarte!" exclamaron todos al unísono.

"¡Claro que sí! ¡Estoy muy agradecido por su deferencia!", respondió emocionado Galimatías. Juntos, trabajaron arduamente construyendo refugios para aquellos que lo necesitaban. El frío invierno no fue un obstáculo para ellos porque tenían el calor humano y la solidaridad como guía.

Al finalizar el invierno, el reino había cambiado por completo. La gente ya no solo admiraba la inteligencia de Galimatías, sino también su generosidad y empatía hacia los demás. Aprendieron que trabajar juntos era mucho más efectivo que hacerlo individualmente.

Galimatías entendió que la verdadera grandeza radica en hacer cosas buenas por los demás sin esperar reconocimiento ni gloria personal.

Y así vivieron felices todos juntos bajo el sol primaveral del reino, recordando siempre la lección de humildad y solidaridad que les enseñó aquel fatuo joven llamado Galimatías.

FIN.

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