El regalo de la alegría


Había una vez, en un pequeño pueblo de Argentina, una señora llamada Gloria. Era conocida por ser la más alegre y divertida de todas.

Siempre tenía una sonrisa en su rostro y contagiaba su felicidad a todos los que la rodeaban. Pero un día triste, su amado esposo falleció debido a una enfermedad. Gloria quedó destrozada por dentro y ya no era la misma persona. Se encerró en su casa y se sumió en la tristeza.

No quería salir ni ver a nadie. María, su mejor amiga desde hace muchos años, estaba muy preocupada por ella. Sabía que Gloria necesitaba ayuda para superar esa terrible pérdida.

María decidió hacer algo especial para sacarla de ese estado de tristeza. Un día, María invitó a Gloria a dar un paseo por el parque cercano al pueblo. Aunque al principio Gloria se mostraba reacia, aceptó acompañarla con cierta reticencia.

Mientras caminaban por el parque, María notó cómo Gloria miraba melancólicamente hacia el cielo. De repente, ocurrió algo increíble: una estrella fugaz pasó volando justo frente a ellas. - ¡Mira! -exclamó María emocionada-.

¡Una estrella fugaz! Dicen que si pides un deseo cuando ves una estrella fugaz, este se cumplirá. Gloria suspiró profundamente y cerró los ojos con fuerza antes de murmurar en voz baja:- Quisiera tener aunque sea un último encuentro con mi esposo... extraño tanto sus abrazos y sus risas...

Justo en ese momento, una ráfaga de viento sopló a su alrededor y las hojas del árbol más cercano comenzaron a agitarse. Gloria abrió los ojos sorprendida y vio algo que le hizo saltar el corazón.

Allí, parado frente a ella, estaba su esposo. Radiante y sonriente como siempre. Aunque parecía real, Gloria sabía que no podía ser posible. - ¿E-Esteban? -balbuceó con lágrimas en los ojos-.

¿Eres tú? El esposo asintió con una sonrisa amorosa en su rostro. - Sí, mi amor. Soy yo. He venido desde el más allá para decirte que no debes aferrarte a la tristeza. Estoy bien donde estoy y quiero verte feliz de nuevo.

Gloria se abrazó fuertemente a él mientras las lágrimas caían por sus mejillas. Por un instante mágico, sintió cómo la tristeza se desvanecía de su corazón.

A partir de ese día, Gloria decidió honrar la memoria de su esposo viviendo cada día con alegría y gratitud por todo lo bueno que aún tenía en su vida. Se reunió nuevamente con sus amigos y volvió a ser la persona risueña que todos conocían.

María también aprendió una valiosa lección: nunca hay que subestimar el poder del amor y la amistad para sanar heridas profundas. Ella fue testigo del milagroso cambio en Gloria y prometió estar siempre presente para apoyarla en los momentos difíciles.

Así, juntas demostraron que incluso después de perder a alguien querido, es posible encontrar la felicidad nuevamente y seguir adelante con una sonrisa en el rostro.

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