El regalo de la amistad
Había una vez un niño llamado Mateo que vivía en un barrio humilde de Buenos Aires. Se acercaba la Navidad, y aunque sus amigos hablaban de los juguetes que deseaban, Mateo solo soñaba con una bicicleta. Sabía que su mamá no podía comprársela, pero mantener un sueño no le hacía daño.
Un día, mientras caminaba por el barrio, Mateo se encontró con su amigo Lucas, que estaba triste.
"¿Qué te pasa, Lucas?" - preguntó Mateo.
"No tengo dinero para comprarle un regalo a mi hermana y me gustaría hacerle algo especial" - respondió Lucas.
Mateo pensó por un momento.
"Podemos hacer algo nosotros mismos. El amor y la amistad no necesitan dinero" - dijo con una sonrisa.
Decidido, Mateo y Lucas se pusieron manos a la obra. Recolectaron cartones, telas y demás cosas que encontraban en la calle.
"Voy a hacerle una muñeca" - dijo Lucas emocionado.
"Y yo un cochecito" - dijo Mateo, imaginando cómo podría lucir.
Después de un par de días de trabajo duro, sus creaciones estaban listas. Lucas envolvió su muñeca con un papel de regalo que había encontrado.
"Espero que a Sofía le guste" - dijo Lucas, mientras su corazón latía con emoción.
El día de Navidad, los dos amigos llegaron a casa de Lucas. Su hermana Sofía, con sus ojos brillantes, miró sorprendida lo que le ofrecían.
"¡Qué hermosa muñeca!" - exclamó, abrazando a su hermano.
Mientras tanto, Mateo se sentía feliz al ver la alegría de Sofía. En ese momento, se dio cuenta de que no necesitaba una bicicleta para sentirse completo. La risa y la alegría compartida eran los mejores regalos de todos.
Días después, Mateo se encontró con un anciano que estaba sentado en un banco del parque, observando a los niños jugar. El hombre parecía triste y solo. Mateo se acercó y lo saludó.
"Hola, abuelo. ¿Por qué no juega con nosotros?"
El anciano sonrió débilmente.
"A veces, los mayores olvidamos cómo jugar" - respondió.
Mateo, decidido a alegrarle el día, lo invitó:
"¡Ven, abuelo! Vamos a hacer un muñeco de nieve juntos!"
El anciano miró al niño con una expresión de sorpresa y alegría.
"¿Un muñeco de nieve? Nunca he hecho uno" - dijo.
Así que juntos, comenzaron a apilar la nieve, uniéndose con risas y alegría. Después de un rato, el anciano había olvidado sus problemas y sonreía como si fuera un niño nuevamente.
"Gracias, pequeño. Me has dado el mejor regalo de Navidad" - dijo el anciano con lágrimas en los ojos.
Mateo volvió a su casa sintiéndose pleno y feliz. En la cena familiar de Navidad, su mamá lo miró con orgullo.
"¿Qué te hace tan feliz, hijo?"
"Nada, mamá. Solo estuve compartiendo tiempo con amigos" - respondió Mateo, sin darle importancia a lo que no había.
Esa noche, mientras miraba las luces del árbol, Mateo comprendió que el verdadero regalo de la Navidad era el amor, la amistad y los momentos compartidos. Y aunque no tenía una bicicleta, tenía algo mucho más valioso: una comunidad que lo quería y amigos verdaderos.
Y así, Mateo sonrió y se durmió, soñando con nuevas aventuras que lo esperaban en el nuevo año.
FIN.