El Regalo de la Amistad
Era una fría mañana de diciembre en el pueblo de Las Estrellas. Los copos de nieve caían delicadamente, cubriendo todo con una suave manta blanca. Los niños del pueblo estaban emocionados por la llegada de la Navidad. En la plaza principal, todos trabajaban en un gran árbol navideño.
- ¡Miren cuántas luces! - exclamó Lucía, mientras colgaba brillantes adornos en el árbol.
- ¡Y tanto color! - añadió Tomás, corriendo detrás de su hermana. - Este año va a ser el más lindo de todos.
Mientras los niños jugaban, en un rincón de la plaza había un nuevo chico, Mateo, que no se animaba a acercarse. Se veía un poco triste, con su gorro de lana cubriendo parte de su cara.
- Che, ¿quién es ese? - preguntó Lucia, señalando a Mateo.
- No sé - contestó Tomás, - pero se ve solo.
Lucía decidió acercarse a Mateo, pero en el camino, ella recordó que en la escuela le habían dicho que él era un poco diferente a los demás chicos.
- ¡Hola! - saludó Lucía. - Soy Lucía y él es mi hermano Tomás.
Mateo levantó la vista, pero no dijo nada.
- Estamos decorando el árbol. ¿Te gustaría venir? - preguntó Lucía con una sonrisa.
- No sé... - murmuró Mateo, mirando el árbol desde lejos.
Tomás se acercó y dijo:
- No te preocupes, es muy divertido. ¡Mirá! - se acercó al árbol y colgó un adorno brillante. - No muerde.
Después de un momento de incertidumbre, Mateo sonrió ligeramente y se animó a seguirlos.
- Está bien, voy a intentar - dijo, acercándose al árbol.
Mientras decoraban, Mateo comenzó a sentir que su tristeza se disipaba, y podía reír y jugar con los demás. Pero a medida que avanzaba la tarde, un fuerte viento comenzó a soplar y las luces del árbol empezaron a parpadear.
- ¿Qué está pasando? - dijo Lucía, preocupada.
- ¡No, las luces! - gritó Tomás.
De repente, un chispazo de luz iluminó el cielo y, aunque asustados, los niños miraron hacia arriba. Un ingenioso pájaro de papel voló en círculo, pero luego se enredó en una de las ramas del árbol.
- ¡Hay que ayudarlo! - dijo Lucía.
- Pero es peligroso... - dudó Mateo.
- ¡No, no es peligroso! - aseguró Tomás. - Si trabajamos juntos, podemos salvar al pájaro.
Los tres se miraron decididos y se acercaron al árbol. Tomás subió a una escalera mientras Lucía y Mateo lo sostenían.
- ¡Cuidado! - gritaron juntos. - ¡Agárrate fuerte!
Finalmente, Tomás logró liberar al pájaro de papel justo cuando una ráfaga de viento sopló fuerte.
- ¡Lo conseguí! - exclamó, mientras el pájaro volaba libremente en el cielo.
- ¡Lo hicimos juntos! - dijo Lucía emocionada.
- Yo nunca pensé que podía hacer eso - confesó Mateo, con una sonrisa más amplia en su rostro.
Al final del día, el árbol quedó iluminado con sus hermosas luces, y los niños se sintieron felices por el trabajo en equipo. Mientras los adultos llegaban, cada uno de los niños armó un pequeño grupo alrededor del árbol.
- ¡Miren nuestro árbol! - gritó Lucía.
- ¡Sí! Este año la Navidad va a ser inolvidable - añadió Tomás. - Gracias, Mateo, por venir.
- ¡Gracias a ustedes por invitarme! - dijo Mateo, brillando con una nueva confianza.
Los tres niños se abrazaron y se dieron cuenta de que el verdadero regalo que habían compartido ese día no eran las luces ni los adornos, sino la amistad que acababa de nacer entre ellos. Y así, en ese invierno mágico, descubrieron que los mejores momentos se crean cuando se comparten con amigos.
Y aunque el viento soplaba, en el corazón de cada uno brillaba la calidez de la verdadera amistad.
FIN.