El regalo de la felicidad
Era una vez en un pueblito lleno de luces y decoraciones navideñas. Todos los años, durante la época de Navidad, los habitantes se preparaban para una gran fiesta en la plaza central. Cada año, los niños esperaban con ansias la llegada de Papá Noel, pero este año había algo diferente en el aire. En una casita olvidada del borde del pueblo, vivía un viejo llamado Don Ramón. Era conocido por ser un gruñón que nunca participaba en las fiestas.
Una noche, mientras todos decoraban el árbol en la plaza, dos hermanos, Ana y Tomás, decidieron que era hora de hacer algo por Don Ramón. "No podemos dejarlo solo en su casa, necesitamos invitarlo a la fiesta!"- dijo Ana. "Pero él nunca quiere salir, siempre se queda en su casa con su gato"- respondió Tomás. "Quizás si le llevamos algo especial, podría cambiar de idea"- propuso Ana.
Con mucha emoción, los hermanos prepararon un plato de galletas navideñas y un pequeño árbol hecho con ramas del parque.
Al día siguiente, se acercaron a la casa de Don Ramón con la sorpresa. "¡Hola, Don Ramón!"- gritó Ana. "Trajimos algo para usted!"- agregó Tomás.
Don Ramón abrió la puerta, sorprendido de ver a los dos niños. "¿Qué quieren?"- preguntó, con el ceño fruncido. "Le traemos unas galletas y un árbol de Navidad. ¿Le gustaría venir a la plaza a celebrar?"- dijo Ana con una sonrisa. "No, gracias. No estoy de humor para fiestas"- replicó Don Ramón, pero al ver las galletas, su mirada se suavizó un poco.
Tomás, valiente como siempre, insistió: "Pero, ¡esta fiesta no será lo mismo sin usted! Así que por favor, ¡venga!"- La insistencia de los hermanos hizo reflexionar a Don Ramón. "No tengo ganas, pero... esas galletas tienen buena pinta"- respondió finalmente, titubeando.
Convencido por el aroma de las galletas, Don Ramón decidió acompañarlos. A medida que se acercaban a la plaza, el viejo comenzó a escuchar las risas y los villancicos.
Al llegar, fue recibido por todos los vecinos, quienes le sonrieron y lo saludaron. "¡Don Ramón!"- exclamaron los niños, y para sorpresa de todos, el viejo sonrió también.
Mientras los hermanos llevaban el pequeño árbol y las galletas, ¡algo inesperado sucedió! De repente, un grupo de niños comenzó a jugar a su alrededor y Don Ramón se vio inmerso en la alegría del momento. "No esperaba que esto fuera tan divertido"- dijo, con una sonrisa genuina en su rostro.
Pasaron las horas, y Don Ramón había olvidado por completo su mal humor. "¿Por qué no vengo más seguido?"- reflexionó en voz alta. Ana escuchó y respondió: "¡Porque a veces, solo necesitamos un poquito de ayuda para encontrar la felicidad!"-
Cuando la fiesta terminó y las luces comenzaron a apagarse, Don Ramón sintió que había encontrado un nuevo hogar entre sus vecinos. "Gracias, chicos. Nunca pensé que las fiestas pudieran ser tan agradables"- confesó.
Desde ese día, Don Ramón se convirtió en una parte importante de la comunidad. Todos los años, él ayudaba a preparar la gran celebración, y las galletas que había hecho junto a Ana y Tomás se convirtieron en una deliciosa tradición.
Así, el viejo gruñón encontró un nuevo propósito en la vida y los hermanos aprendieron que la verdadera felicidad se comparte. Todos comprendieron que a veces hacer un pequeño esfuerzo puede llevar a grandes cambios, y que compartir momentos puede iluminar incluso los corazones más solitarios.
FIN.