El regalo de la Luna


En las hermosas costas argentinas, Gaviota disfrutaba del vuelo diario sobre el mar, observando la danza de las olas. Un día, mientras volaba, vio algo brillante entre las rocas. Era una pequeña sirenita atrapada en la arena.

Sin dudarlo, Gaviota se acercó y con cuidado liberó a la sirenita. -¿Estás bien? -preguntó Gaviota. La sirenita, aún asustada, respondió: -Sí, gracias por salvarme. Me llamo Marina. -Soy Gaviota, un gusto conocerte.

¿Qué hacías tan lejos de las profundidades? -Es que me aventuré a ver la luna más de cerca, pero me perdí y terminé aquí -explicó Marina. Gaviota sonrió comprensiva. Juntas caminaron por la orilla, donde encontraron un cofre. Al abrirlo, descubrieron que guardaba un tesoro brillante.

Marina comentó: -Dicen que la luna llena otorga deseos si le pedimos con el corazón sincero. Gaviota y Marina decidieron pedir un deseo: que la sirenita pudiera ver la luna de cerca.

Esa noche, ambas se reunieron en la playa para contemplar la luna llena. De repente, la luna bajó hasta la orilla y se presentó como Luna, la protectora de los mares. Escuchó el deseo de las amigas y, con una dulce sonrisa, tocó la cola de Marina con su luz plateada.

Inmediatamente, Marina sintió una transformación. Sus aletas se convirtieron en elegantes piernas. Ahora, ella podía caminar sobre la arena y contemplar la luna cada noche. Agradecida, Marina abrazó a Gaviota y prometió cuidar el mar con amor.

Desde entonces, las noches brillaban con la luz de la luna y la alegría de Marina.

La amistad entre Gaviota, Marina, el mar, la arena y la Luna se fortaleció, recordándoles que los verdaderos tesoros son los lazos de amistad y la magia de los deseos sinceros.

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