El regalo de los árboles



Había una vez una pequeña niña llamada Pacifica, que vivía junto a su papá en un hermoso pueblo rodeado de montañas. Pacifica era una niña muy feliz y siempre tenía una sonrisa en su rostro.

Aunque su mamá, Francisca, no estaba físicamente con ella, desde el cielo la cuidaba junto a su abuela Mecha y su abuelo Juan. Pacifica adoraba pasar tiempo al aire libre, explorando la naturaleza y descubriendo cosas nuevas.

Un día, mientras jugaba cerca del río, encontró un pequeño pollito abandonado. El pollito estaba asustado y solo, así que Pacifica decidió llevárselo a casa para cuidarlo. Al llegar a casa, Pacifica le dio un nombre al pollito: Ciro.

Juntos se convirtieron en los mejores amigos. Pacifica lo alimentaba con granos de maíz y le construyó un cómodo nido dentro de una caja llena de paja.

Un día soleado, mientras paseaban por el parque del pueblo, Pacifica notó algo extraño: había muchos árboles derribados por el viento fuerte que había soplado durante la noche anterior. Pacifica se sintió triste al ver cómo los árboles estaban caídos en el suelo.

Sabía lo importante que eran para el medio ambiente y para todos los animales que vivían allí. Decidió entonces hablar con su papá sobre cómo podrían ayudar a plantar nuevos árboles en el lugar.

"Papá", dijo Pacifica emocionada "¡Podemos plantar nuevos árboles en el parque! Así podremos ayudar a que los animales tengan un hogar nuevamente". Su papá sonrió y asintió. Juntos, buscaron información sobre cómo plantar árboles y qué especies eran las mejores para su pueblo.

Pacifica estaba muy emocionada por la idea de hacer algo bueno por la naturaleza. Al día siguiente, Pacifica y su papá se dirigieron al vivero local para comprar árboles. Se llevaron varias especies diferentes: robles, abetos y sauces. También compraron algunas herramientas de jardín para poder plantarlos adecuadamente.

Cuando llegaron al parque, comenzaron a cavar hoyos en el suelo blando donde antes estaban los árboles derribados. Pacifica colocaba con cuidado las raíces de cada árbol en el agujero mientras su papá los cubría con tierra.

Poco a poco, el parque empezó a llenarse nuevamente de vida. Los pájaros volvieron a cantar entre las ramas, las ardillas saltaban de un árbol a otro y las mariposas revoloteaban alrededor de las flores silvestres que crecían cerca.

Un día, mientras Pacifica regaba uno de los nuevos árboles, notó una pequeña placa en el tronco que decía "Gracias por ayudarnos". Pacifica se preguntó quién habría puesto esa placa allí.

Curiosa como siempre, le preguntó a su papá si sabía algo al respecto. Su papá sonrió misteriosamente y le dijo: "Creo que tu mamá Francisca tiene algo que ver con esto". Pacifica quedó sorprendida. No podía creer que su mamá hubiera encontrado la manera de agradecerles desde el cielo.

Se sintió muy feliz y agradecida. Desde ese día, Pacifica siguió cuidando de los árboles del parque junto a su papá.

Cada vez que regaba las plantas, recordaba el amor y la gratitud de su mamá Francisca, su abuela Mecha y su abuelo Juan. Y así, Pacifica aprendió que aunque las personas queridas no siempre estén físicamente con nosotros, siempre están presentes en nuestro corazón y nos envían señales para recordarnos cuánto nos aman.

Desde entonces, Pacifica se convirtió en una niña aún más valiente y decidida a hacer del mundo un lugar mejor para todos.

FIN.

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