El regalo de Navidad del abuelito Pablo
Era un frío día de diciembre y la familia Martínez se preparaba para celebrar la Navidad. La casa estaba decorada con luces brillantes y un hermoso árbol que brillaba en la esquina del living. Sin embargo, había un rincón de la casa que parecía más oscuro: el corazón del abuelito Pablo. Su esposa, la abuela Rosa, había partido hacía un año y, desde entonces, la alegría familiar se había visto opacada por la tristeza.
La nieta de Pablo, Valentina, de siete años, notó que algo no andaba bien. "Abuelito, ¿por qué no sonreís como antes?"-, le preguntó mientras le acariciaba la mano. El abuelito miró al suelo y suspiró. "A veces, mi vida se siente vacía sin tu abuela"-.
Valentina, con su espíritu inquieto, decidió que tenía que hacer algo. Cuando todos en la casa comenzaron a prepararse para la cena familiar, ella se escapó a su habitación. "Si el abuelito no puede ser feliz, ¡tendré que ayudarlo!"-
Esa noche, Valentina trabajó en secreto. Usó papeles de colores, tijeras y mucho pegamento. Creó un álbum de fotos donde recopiló todos los momentos felices que había compartido su familia con el abuelo Pablo. Fotos de los veranos en la playa, risas en cumpleaños, y, por supuesto, de ella y su abuela, sonriendo juntas.
Finalmente, llegó la noche de Navidad. La familia huyó de la rutina y se reunió alrededor de la mesa, llenándola de platos deliciosos. La música sonaba y las risas comenzaban a brotar, pero el abuelo seguía mirando al horizonte con una expresión melancólica.
"¡Abuelito!"- gritó Valentina, corriendo hacia él con el álbum en sus manitas. "¡Mirá lo que hice para vos!"-
El abuelito tomó el álbum con manos temblorosas y al abrirlo, sus ojos brillaron con cada página. "¿Todo esto es de verdad, Valentina?"- dijo mientras pasaba sus dedos sobre las fotos.
"Sí, abuelito. Cada vez que te sientas triste, sólo tenés que mirar esto. Estás lleno de momentos felices y de amor"-, le dijo Valentina con una sonrisa.
Pablo no pudo contener unas lágrimas, pero esta vez eran lágrimas de alegría. "No sabía que tenía tanto amor a mi alrededor"-.
Esa noche, el abuelito Pablo se sintió más vivo que nunca. Comenzó a contar anécdotas de su juventud, haciendo reír a todos. Valentina sonrió, satisfecha de ver a su abuelo feliz. La familia se unió en un abrazo grupal, sintiendo que el amor era mucho más fuerte que la tristeza.
Pero el clímax de la noche llegó cuando, a medianoche, Valentina le propuso a todos jugar a un juego de memoria. "¿Se acuerdan de las historias? ¡Contemos las más divertidas de cada uno!"-
El juego encendió más risas y la alegría comenzó a llenar la casa de nuevo. "Recuerdo la vez que mi papá se disfrazó de Santa Claus y todos pensaron que era un ladrón"- rió el tío, haciendo que todos soltaran carcajadas.
La noche terminó con el abuelito abrazando fuerte a Valentina y prometiéndole que cada Navidad sería una celebración de amor y recuerdos.
"Gracias, mi niña. Recordaré siempre que aunque la tristeza llegue, el amor de la familia siempre estará con nosotros"- concluyó.
Desde entonces, cada Navidad fue distinta en la casa de los Martínez. No solo celebraban con luces y regalos, sino que también compartían historias y recuerdos, asegurándose de que el abuelito Pablo nunca más sintiera la soledad. La tristeza se convirtió en un dulce recuerdo que les enseñó a valorar incluso los momentos difíciles, recordando siempre que el amor familiar sería su mayor regalo.
Así, Valentina aprendió que a veces, los mejores regalos no son los que se envuelven, sino los momentos y recuerdos que creamos con quienes amamos. Y así se inició una nueva tradición en la familia: cada Navidad, cada uno hacía un pequeño álbum de recuerdos del año para que el amor y la historia no se perdieran nunca.
FIN.