El regalo de Nayla
Había una vez una niña llamada Nayla, que vivía en un pequeño pueblo rodeado de hermosos jardines y coloridas casas. Nayla era una niña muy alegre y cariñosa, siempre estaba llena de energía y sonrisas.
Nayla tenía unos papás maravillosos que la cuidaban y amaban con todo su corazón. También tenía una hermanita llamada Alaia, a quien adoraba más que a nada en el mundo. Juntas jugaban en el jardín, se reían y compartían momentos inolvidables.
Un día soleado, mientras Nayla paseaba por el parque con sus abuelos, vio algo brillante en el suelo. Se acercó corriendo para descubrir qué era y encontró un billete de 100 pesos argentinos.
Estaba tan contenta que decidió compartirlo con su familia. Cuando llegaron a casa, Nayla mostró emocionada el billete a sus papás y les dijo: "¡Miren lo que encontré! Podemos usarlo para comprar helados para todos". Sus papás sonrieron orgullosos por la generosidad de su hija.
Al día siguiente, después del almuerzo, toda la familia fue al centro del pueblo para disfrutar de los ricos helados. Nayla estaba emocionada porque sabía que sería un día especial junto a sus seres queridos.
Llegaron a la heladería y cada uno eligió su sabor favorito. Mientras saboreaban los deliciosos helados bajo el sol radiante, Nayla notó a dos niños tristes sentados en un banco cercano. No pudo evitar preguntarse qué les pasaba.
Se acercó a ellos y les preguntó: "Hola, ¿qué les sucede? Parecen tristes". Los niños le contaron que no tenían dinero para comprar helados y eso los ponía tristes. Nayla sintió compasión por ellos y decidió hacer algo especial.
Corrió hacia sus papás y les dijo: "Papá, mamá, hay dos niños que quieren helado pero no tienen dinero.
¿Podemos compartir nuestros helados con ellos?" Sus padres asintieron con una sonrisa en el rostro, llenos de orgullo por la bondad de su hija. Nayla volvió corriendo hacia los niños y les entregó un helado a cada uno. Los pequeños se emocionaron tanto que sus caritas se iluminaron de felicidad.
Nayla también estaba feliz al ver cómo su pequeño gesto había alegrado a esos niños. Desde ese día, Nayla entendió lo importante que era ser generosa y pensar en los demás. Aprendió que las cosas materiales no eran tan importantes como el amor y la amistad.
Y así, continuó compartiendo su alegría con todos aquellos a quienes conocía. La historia de Nayla nos enseña que la verdadera felicidad reside en ayudar a los demás y ser amables con quienes nos rodean.
Siempre podemos encontrar maneras de compartir nuestra alegría con aquellos que más lo necesitan. Y así termina esta historia inspiradora sobre una niña llamada Nayla, quien descubrió el poder de la generosidad y el amor incondicional hacia los demás.
FIN.