El regalo de Simon
Había una vez un niño llamado Simon, que tenía cinco años y vivía en un pequeño barrio lleno de color. Simon era un niño curioso y alegre que siempre estaba dispuesto a explorar. Vivía con su papá, su mamá y estaba esperando con mucha emoción a su hermanita Ana. Cada día, mientras su mamá le hablaba sobre lo que significaría ser un hermano mayor, Simon soñaba con todas las aventuras que tendrían juntos.
A Simon le encantaba salir a pasear por el barrio. Le gustaba descubrir nuevos lugares, pero había algo que le costaba mucho: expresar lo que sentía. A veces estaba feliz, otras un poco triste, y no sabía cómo decirlo. Sin embargo, había encontrado una manera especial de comunicarse: dibujando. Así que siempre llevaba consigo su cuaderno de dibujos y un montón de colores.
Cada vez que salía a pasear, Simon pasaba por el parque, donde los niños jugaban y reían. Allí, se sentaba a dibujar lo que veía: árboles con frutas, los perritos corriendo y hasta mariposas danzando en el aire. Luego, se acercaba a las personas que veía.
"Hola, yo me llamo Simon. ¿Te gustaría un dibujo?" - preguntaba con una gran sonrisa.
La gente sonreía y aceptaba encantada sus dibujos. Simon se sentía feliz al ver que su arte alegraba a los demás. Pero a veces, cuando observaba a otros niños jugando, lo invadían sentimientos de soledad y un poquitito de celos porque a veces deseaba que tuvieran un rato para jugar con él. Sin embargo, volvía a su cuaderno y se concentraba en sus dibujos.
Un día, mientras paseaba con su papá y su mamá, Simon vio un lugar que jamás había visto antes: una enorme plaza llena de flores de todos los colores. Intrigado, les dijo a sus padres:
"Mami, papi, ¡quiero dibujar estas flores!"
Así que se sentó en un banco y empezó a dibujar. Al poco rato, se dio cuenta de que un grupo de niños lo miraba con curiosidad. Uno de ellos se acercó y le dijo:
"¡Hola! ¿Qué estás dibujando?"
Simon, algo tímido, levantó un poco su dibujo y respondió:
"Estas son flores, ¡mirá!"
Los niños se acercaron más para ver mejor y uno de ellos exclamó:
"¡Son hermosas! ¿Nos das una a cada uno?"
Aquel pedido sorprendió a Simon. Nunca antes había hecho dibujos para tantos niños a la vez. Miró su cuaderno, lleno de hermosas flores y sonrisas.
"Sí, tengo muchas para ustedes, pero..." - dudó Simon, sintiendo un poco de nervios "...quiero que cada uno escriba su nombre en el dibujo, así será especial."
Los niños asintieron emocionados y comenzaron a escribir sus nombres mientras Simon dibujaba. En poco tiempo, la plaza se llenó de risas y juegos. Los niños corrían y jugaban, y Simon sintió cómo su corazón se llenaba de alegría al ver que podía compartir su pasión.
De repente, un grito lleno de alegría hizo que Simon saltara de su asiento:
"¡Mira, Simon! ¡Es Ana!" - dijo su mamá, que había estado observando desde lejos.
Simon se dio vuelta y vio que su hermanita Ana estaba a punto de nacer. Tanto su papá como su mamá estaban muy felices y esa felicidad lo contagió. Decidió que quería hacerle un dibujo a su hermanita.
"Voy a dibujar un sol gigante para que siempre brille sobre ella", anunció Simon emocionado.
Sus nuevos amigos se unieron a él. Juntos, hicieron un gran dibujo que llenó los deseos de Simon. Al final de la jornada, Simon no solo había dibujado flores, sino que también había hecho nuevos amigos, expresado sus emociones y, al mismo tiempo, se había preparado para ser el mejor hermano mayor.
Esa noche, mientras dormía, sonrió soñando con todas las aventuras que tendría con su hermanita Ana y los nuevos amigos que había hecho.
Desde ese día, Simon comprendió que dibujar no solo era su manera de expresar sentimientos, sino también una forma de conectar con los demás. Y así, siguió llenando el mundo de colores y dibujos, convirtiéndose en un pequeño artista del alma.
FIN.