El regalo del pájaro generoso



Había una vez en un pequeño pueblo rodeado de árboles frutales, un niño llamado Mateo. Mateo era un chico bondadoso y siempre ayudaba a los demás. Un día, mientras jugaba en el parque, vio a un pájaro pequeño que parecía estar en problemas. El pájaro revoloteaba alrededor de un grupo de niños que estaban comiendo pan y se notaba que tenía mucha hambre.

"¡Por favor! No lo dejen así, quizás le podríamos dar un pedacito de pan" - dijo Mateo, moviendo la cabeza hacia el pájaro.

Los niños lo miraron extrañados, pero decidieron hacer lo que Mateo sugirió. Le dieron un trozo de pan y el pájaro, agradecido, comenzó a comer. Mateo sonrió al ver la alegría del pajarito. Al día siguiente, al despertar, encontró algo curioso en su ventana: un pequeño montón de palos de mango y palos de mamoncillo.

"¿Qué será esto?" - se preguntó, intrigado. No sabía que el pájaro había decidido devolverle el favor. Sin embargo, los palos eran solo eso, palos, y no entendía muy bien qué hacer con ellos. En su corazón, Mateo sabía que el pájaro había querido hacerle un regalo.

Decidido a descubrir el valor escondido de esos palos, Mateo salió al patio. Empezó a jugar y, mientras buscaba alguna manera de usarlos, vio a su hermana pequeña, Sofía, jugando con unos muñecos.

"¡Hola, Sofía! ¿Te gustaría jugar con estos palos? Parecen mágicos" - le dijo.

"¡Sí!" - respondió Sofía, iluminando su rostro. Juntos comenzaron a imaginar que los palos eran espadas de caballeros o varitas de magos. Pronto, se unieron más niños del vecindario, y todos comenzaron a jugar juntos.

"Miren, podemos hacer un puente con estos palos" - dijo Mateo, entusiasmado. Todos comenzaron a trabajar en equipo, uniendo los palos con cuidado. Cuando terminaron, había un hermoso puente sobre una pequeña zanja en el parque que había estado vacío durante mucho tiempo.

Los niños empezaron a cruzar el puente de madera improvisado, riendo y jugando. Era algo que nunca habían hecho antes y, por primera vez, el parque se llenó de risas y alegría.

Mientras todos jugaban, Mateo miró al cielo y vio al pájaro que lo observaba desde una rama.

"¡Gracias, amigo pájaro!" - gritó.

El pájaro, como si lo hubiera entendido, aleteó y se fue volando. Pasaron los días, y los niños comenzaron a usar el puente para jugar todos los días. Pero un día, una tormenta llegó repentinamente y el parque se inundó. La lluvia fue tan fuerte que los niños no podían jugar más.

Mateo, preocupado por el parque, ideó un plan.

"Si hacemos otro puente, tal vez podamos salvar el parque para que todos sigan divirtiéndose aquí".

Los niños, emocionados, se unieron y trabajaron juntos para hacer un puente más fuerte y resistente. Usaron los palos y otros materiales que encontraron. Cuando terminaron, el nuevo puente era más grande y firme, listo para soportar cualquier lluvia.

"¡Hicimos un gran trabajo, equipo!" - celebró Mateo.

Desde entonces, el parque no solo era un lugar de juego, sino también un símbolo de amistad y trabajo en equipo. Todos los niños aprendieron el valor de ayudar y compartir. El pájaro seguía visitando a Mateo y siempre dejaba pequeños regalos, recordándoles la importancia de ser generosos y de cuidar su entorno.

Y así, gracias a un simple gesto de bondad, Mateo y sus amigos hicieron del parque un lugar mejor para todos. Cada vez que jugaban, recordaban cómo un pedacito de pan había traído tantas cosas buenas a sus vidas.

Y desde ese día, el pájaro se convirtió en un fiel amigo de Mateo, que a su vez siempre se esforzó por ser amable con todos los que conocía.

FIN.

Dirección del Cuentito copiada!