El Regalo del Volcán



Había una vez en un pequeño pueblo llamado Monteluz, tres niños que soñaban con aventuras y tesoros ocultos. Lucía, Tomás y Mateo eran amigos inseparables, y pasaban sus días explorando los paisajes que rodeaban su hogar, pero lo que más les fascinaba era un volcán que se alzaba en la distancia, con su cima cubierta de nubes y un aura de misterio.

Un día, mientras jugaban cerca de un arroyo, Lucía tuvo una idea brillante.

"¿Por qué no hacemos un regalo para los dioses del volcán?" - propuso emocionada.

"¿Un regalo? ¿Pero qué podríamos darles?" - preguntó Mateo, curiosamente.

"Podríamos recoger flores hermosas y quizás alguna piedra especial" - sugirió Tomás, mirando a su alrededor.

Los tres amigos comenzaron a recolectar flores de todos los colores y a buscar piedras brillantes y curiosas por el camino. Mientras llenaban sus mochilas, escucharon un rumor en el aire.

"¿Escucharon eso?" - dijo Lucía, con los ojos muy abiertos.

"Sí, parece que el viento nos habla" - respondió Mateo.

"Tal vez los dioses del volcán están atentos a nuestro regalo" - afirmó Tomás, sonriente.

Con sus mochilas llenas de flores y piedras, comenzaron la travesía hacia el volcán. El camino estaba lleno de obstáculos: ramas caídas, ríos que atravesar y pendientes empinadas, pero nada podía detener sus sueños de ofrecer su regalo.

De repente, se encontraron con un anciano, cerca de la base del volcán. Tenía una larga barba blanca y su mirada era profunda.

"¿Adónde van, pequeños aventureros?" - les preguntó el anciano.

"Vamos a hacer un regalo a los dioses del volcán, porque creemos que ellos también merecen amor" - respondió Lucía.

"Eso es noble de su parte, pero los dioses no sólo buscan regalos materiales, sino también bondad y valentía. ¿Tienen algo en sus corazones para ofrecer?" - dijo el anciano, sonriendo.

Los niños se miraron confusos, pero pronto Mateo exclamó:

"¡Podemos ayudar a otros!" -

"¿Cómo?" - preguntó Lucía, curiosamente.

"Tal vez podamos ayudar a los animales heridos que encontremos en el camino y cuidar del lugar que estamos visitando" - sugirió Tomás, con resolución.

El anciano asintió con aprobación.

"Esa es la verdadera ofrenda: el amor y el cuidado que podemos dar a nuestra naturaleza y a quienes nos rodean" - explicó el anciano, antes de desaparecer entre la bruma del volcán.

Inspirados por sus palabras, los tres niños decidieron hacer su camino hacia la cima del volcán, ayudando a los animales que encontraban heridos. Recolectaban ramas para hacer refugios, compartían agua fresca con las criaturas sedientas y limpiaban el sendero de basura. Cada pequeño acto de bondad llenaba su corazón de alegría.

Finalmente, llegaron a la cima, exhaustos pero felices. Allí, dejaron sus flores y las piedras brillantes junto a una fogata encendida.

"Esto puede ser nuestro regalo" - dijo Lucía.

"Sí, pero sobre todo, hemos regresado a vivir una experiencia increíble" - agregó Mateo.

"La mejor ofrenda son las acciones que realizamos," - concluyó Tomás.

Sintiéndose orgullosos, los tres regresaron a Monteluz, sabiendo que habían encontrado un nuevo propósito: cuidar de su entorno y ayudar a quienes lo necesitan.

Desde ese día, no solo se convirtieron en un ejemplo para los demás niños del pueblo, sino que también se dieron cuenta de que todos tenemos algo valioso para ofrecer, y que el amor y el cuidado son los mejores regalos que podemos dar.

FIN.

Dirección del Cuentito copiada!