El regalo dorado



Érase una vez, en un pequeño pueblo rodeado de montañas y ríos, vivía un grupo de hombres y mujeres que pasaban sus días buscando alimentos para sobrevivir.

Pero la naturaleza era dura con ellos, y no siempre encontraban suficiente comida para todos. Un día, mientras caminaban por el bosque en busca de frutas y raíces, escucharon un extraño ruido proveniente de los árboles. Se acercaron con cautela y descubrieron a dos dioses jugando entre las ramas.

Los dioses eran hermanos: Sol y Luna. Sol era travieso e impaciente, mientras que Luna era sabia y tranquila. Los hombres se quedaron asombrados al ver a estos seres celestiales tan cerca de ellos.

"¿Quiénes son ustedes?", preguntó uno de los hombres temerosamente. "Somos los dioses del sol y la luna", respondió Luna con su voz suave. "Hemos venido a ayudarlos". Los hombres no podían creer lo que estaban escuchando. Estaban emocionados pero también confundidos.

"Pero ¿cómo nos pueden ayudar?", preguntó otro hombre intrigado. Sol sonrió ampliamente antes de responder:"Vamos a crear algo especial para ustedes: el maíz". Los dioses comenzaron a trabajar juntos utilizando su magia celestial.

Mientras Sol irradiaba calor sobre la tierra, Luna derramaba su luz plateada sobre ella. Después de varios días, finalmente nació el maíz en las manos mágicas de los dioses. Era alto y fuerte, con hojas verdes brillantes y mazorcas doradas.

Los hombres se emocionaron al verlo y comenzaron a celebrar. Ahora tendrían suficiente comida para todos, gracias a los dioses bondadosos. "¡Gracias, dioses!", exclamaron los hombres en agradecimiento. Sol y Luna sonrieron satisfechos por su trabajo bien hecho.

Pero antes de partir, Luna les dio un último consejo:"El maíz es un regalo valioso, pero también es importante cuidarlo y respetarlo. Siempre den las gracias por lo que la tierra les da".

Los hombres asintieron con gratitud mientras Sol y Luna se desvanecían en el cielo. Desde ese día, el maíz se convirtió en la base de la alimentación de aquel pueblo. Los hombres aprendieron a sembrar, cosechar y compartir el maíz entre ellos.

Se dieron cuenta de que trabajando juntos podían superar cualquier dificultad. Con el tiempo, el pueblo prosperó gracias al maíz. Las risas llenaban las calles mientras los niños jugaban con las mazorcas doradas.

Todos recordaban siempre dar gracias a la tierra por su generosidad. Y así fue como los primeros hombres encontraron una solución para su hambre gracias a los dioses del sol y la luna, quienes les regalaron el maravilloso maíz.

FIN.

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