El Regalo Más Grande



Era la víspera de Navidad en el pequeño pueblo de Esperanza. Todos estaban ocupados decorando sus casas con luces brillantes y preparando deliciosos banquetes. Sin embargo, en una casita distante, vivía un anciano llamado Don Antonio, conocido por su mal carácter y su aversión a las festividades.

Una mañana, mientras los niños jugaban en la nieve, Sara, una pequeña del barrio, decidió tocar la puerta de Don Antonio.

"¡Feliz Navidad, Don Antonio!" - grito Sara con una sonrisa enorme.

"Bah, Navidad... ¿Qué tiene de feliz?" - gruñó el anciano, cruzando los brazos.

Sara no se desanimó.

"Pero Don Antonio, es una época para compartir, dar amor y alegría. ¿No tiene a nadie con quien compartir la Navidad?"

"No, no tengo a nadie. Y no necesito nada de eso. ¡Ahora déjame tranquilo!"

Sara sintió una punzada de tristeza, pero su espíritu navideño no se apagó. Decidió que haría algo especial para Don Antonio. Pasó días recolectando viejos juguetes y dulces de sus amigos.

La noche llegó y todo el pueblo estaba iluminado, salvo la casa de Don Antonio, que seguía apagada. Con una bolsa llena de sorpresas, Sara volvió a tocar su puerta.

"¿Qué es ahora?" - preguntó Don Antonio abriendo la puerta con un gesto de mal humor.

"Vine a regalarle algo, Don Antonio. Sé que no le gusta la Navidad, pero a mí sí, y quiero compartirlo con usted" - dijo ella, mostrando su gran bolsa.

Don Antonio, intrigado, miró la bolsa.

"¿Qué tienes ahí, niña?"

"¡Mire! Viejos juguetes, dulces... son cosas que ya no uso, pero pensé que a usted le podrían gustar"

Sus palabras ablandaron un poco el corazón del anciano.

"No tengo interés en juguetes. Soy demasiado viejo para eso" - respondió con un deje de duda en su voz.

"No se trata de la edad, sino de la alegría que podemos compartir con los demás. También puede hacer felices a otros con estas cosas" - insistió ella.

Don Antonio reflexionó por un momento, y con una mueca, respondió.

"Tal vez sea verdad..."

Sara, emocionada, le sugirió que organizaran una pequeña fiesta para los niños del barrio.

"Podemos invitar a todos, y usted puede ser el abuelo que les cuenta historias!"

"¿Yo? Contar historias? No creo que eso sea para mí..." - replicó Don Antonio.

Pero la idea quedó en el aire. Sara lo miró con confianza.

"Solo piénselo, Don Antonio. Quizás esta Navidad sea diferente"

Después de un rato de resistencia, Don Antonio aceptó. Y así, se fue transformando la noche. El anciano trajo su antigua silla mecedora y la colocó en el jardín; Sara, llena de entusiasmo, se encargó de los invitados.

La noche estrellada se iluminó con risas y chistes. Con cada historia que Don Antonio contaba, su humor se fue deshilachando, y sus ojos comenzaron a brillar una vez más.

"Y así, el lobo no pudo coger al patito, porque tenía un plan brillante..." - contaba él, haciendo reír a todos los niños a su alrededor.

Al final de la noche, Don Antonio sintió algo que no había experimentado en mucho tiempo: alegría., lo que le dio un nuevo sentido a su vida.

"No puedo creer que me haya costado tanto aceptar esto... El regalo más grande no eran los juguetes o los dulces, sino la compañía y las historias. Gracias, Sara" - dijo con una gran sonrisa.

"¡Feliz Navidad, Don Antonio!" - le contestó ella, muy contenta de ver su transformación.

Desde ese día, Don Antonio se convirtió en el abuelo de todos en el barrio, compartiendo historias y organizando fiestas. Y cada Navidad, el amor y la alegría volvían a brillar en su corazón como nunca antes.

FIN.

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