El Regalo Perdido de Navidad
Era un frío día de diciembre en el pequeño pueblo de Villacuento. Las luces navideñas brillaban en cada rincón y los niños corrían felices, esperando la llegada de Papá Noel. Sin embargo, en una casa modesta, tres amigos inseparables: Sofía, Mateo y Luisa, miraban por la ventana con un leve puchero.
"¿Y si este año no nos trae nada?", preguntó Mateo, frunciendo el ceño.
"Pero no podemos dejar que eso nos deprima. La Navidad es más que regalos", respondió Sofía, intentando animarlo.
"Es cierto, pero ¿sabés qué? Yo quiero ver enojado a Papá Noel. Seguro que lo voy a hacer sonreír", añadió Luisa, con su brillo travieso.
Los tres amigos decidieron que, en lugar de esperar a que Papá Noel les trajera regalos, harían un regalo especial a alguien que lo necesitara. Así que, tras un breve debate, llegaron a un acuerdo: buscarían a un niño del pueblo que no tuviera un regalo.
Al día siguiente, mientras caminaban por las calles del pueblo, se encontraron con un niño llamado Tomás que estaba sentado en un banco del parque, con la mirada perdida.
"Hola, ¿por qué tan triste?", preguntó Sofía, acercándose a él.
"No tengo nada para abrir en Navidad", respondió Tomás en voz baja.
"No puede ser. ¡Nosotros te ayudaremos!", exclamó Luisa.
Emocionados, los tres amigos decidieron reunir cosas que ya no necesitaban. Sofía trajo sus cuentos, Mateo su videojuego que ya no usaba, y Luisa decidió hacer un dibujo especial para Tomás. Pero había un problema: se dieron cuenta de que en su camino para entregar los regalos, habían perdido las cosas.
"¡Ay no! ¡No puede ser!", gritó Mateo, mirando a su alrededor, desesperado.
"¿Dónde se pueden haber ido?", preguntó Luisa, casi llorando.
"No importa, podemos buscar más regalos", intentó Sofía, intentando calmar a los demás.
Así que decidieron ir a la plaza del pueblo, donde había un mercado de Navidad. Las luces brillaban, los aromas de las galletitas y el chocolate caliente flotaban en el aire. Quisieron preguntar si podían ayudar a los vendedores a cambio de postales o juguetes viejos. Pero lo que encontraron fue algo diferente.
"¡Miren!", gritó Mateo, señalando una mesa donde un grupo de niños estaba decorando adornos de papel.
"¡Eso es! Podemos hacer adornos y regalarlos", sugirió Luisa, emocionada.
Así que se unieron a los niños y, mientras trabajaban juntos, aprendieron sobre la diversión de compartir momentos y la alegría de crear algo juntos. No solo decoraron adornos, sino que hicieron una enorme estrella de papel que colgarían en la entrada del parque.
Con cada adorno hecho, la alegría se expandía. Para su sorpresa, al final de la actividad, el encargado del mercado, un viejo amigo de sus familias, se acercó y les dijo:
"Chicos, he visto lo que hicieron. ¿Qué tal si yo les regalo algunas cosas que tengo para ustedes?"
Los ojos de los amigos brillaron de emoción.
"¡No es necesario! Solo queríamos compartir", respondió Sofía.
"Es parte de la comunidad. Los regalos se multiplican cuando se dan de corazón", explicó el hombre.
"¡Gracias!", gritaron todos a la vez, emocionados.
Finalmente, regresaron a ver a Tomás con una bolsa llena de regalos que habían conseguido a través de su esfuerzo y el trabajo de equipo.
"¡Feliz Navidad, Tomás!", gritaron los tres al encontrarse con él.
"¡Gracias! No puedo creerlo. ¡Esto es increíble!", respondió Tomás con una gran sonrisa.
A medida que los cuatro compartían risas y regalos, los amigos se dieron cuenta de que la verdadera magia de la Navidad no estaba en los regalos encontrados, sino en el amor, la amistad y la solidaridad.
La Navidad llegó a Villacuento, llena de sonrisas. Y cada año, Sofía, Mateo, Luisa y Tomás mantenían la tradición de regalar amor, no solo en diciembre, sino todo el año. Así aprendieron que los mejores regalos son aquellos que vienen del corazón.
FIN.