El regalo perfecto



Había una vez, en una ciudad llena de bullicio y luces, un perrito muy especial llamado Pepino. Era de tamaño mediano, con un pelaje tan lanoso que parecía una nube gris. Sin embargo, Pepino nunca había tenido dueño, y su pelaje estaba sucio de tanto correr por las calles y jugar con otros animales. A pesar de su apariencia desaliñada, su corazón estaba lleno de amor, y soñaba con encontrar un hogar donde pudiera descansar y una familia a quien querer.

Un día, mientras Pepino exploraba un parque, escuchó unas risas provenientes de un grupo de niños que jugaban con una pelota. Se acercó sigilosamente, moviendo la cola con entusiasmo.

"¡Miren a ese perrito!" -exclamó una niña con coletas.

"Parece muy divertido, vamos a jugar con él!" -respondió su hermano, emocionado.

Los niños empezaron a lanzar la pelota, y Pepino, al ver que podían divertirse juntos, corrió tras la pelota saltando e intercalando giros sorprendentes. Sin embargo, al poco tiempo, la pelota se escabulló entre los arbustos.

"¡Oh no! ¿Dónde fue a parar?" -preguntó la niña, un poco triste.

"No se preocupen, yo puedo buscarla!" -dijo Pepino, empujando con su hocico unas ramas, hasta que, de pronto, una sombra apareció delante de él.

"¡Eh, cuidado! Esa es mi pelota!" -gritó un perro más grande y muy cuidado que, con aire de superioridad, bloqueaba el paso.

"No quería robarte nada, solo quería jugar con los niños" -respondió Pepino de forma amable, sacudiéndose un poco el polvo.

"¿Jugar? No creo que tengas lo necesario para eso." -replicó el perro grande, ladrando con desdén.

Aunque Pepino se sintió triste, decidió no rendirse. Se acercó a los niños y les dijo:

"¡Chicos, yo encontré una forma de jugar sin la pelota!"

Intrigados, los niños lo siguieron mientras Pepino comenzaba a correr entre los árboles, saltando y girando, haciendo reír a todos.

"¡Miren cuánto salto!" -exclamó uno de los niños, riendo a carcajadas.

El perro grande observó desde la distancia, y no pudo evitar preguntarse por qué los niños estaban tan felices con aquel perrito sucio y lanoso. Pepino no solo había logrado atraer la atención de los niños, también había dejado una huella en sus corazones.

Cerca de allí, la madre de los niños, que había estado observando la escena, se acercó con una gran sonrisa.

"¿Les gustaría llevarse a Pepino a casa?" -preguntó.

Los ojos de los niños brillaron.

"¿En serio? ¡Sí!" -gritaron emocionados.

El perro grande, al ver esto, se sintió incomprendido, y se acercó a Pepino:

"Espera un momento, ¿tú? ¿Te van a adoptar?"

"Parece que sí, pero la parte más importante es que estoy lleno de amor para dar, y eso no tiene que ver con cómo me veo" -replicó Pepino, con una sonrisa en su rostro.

Así fue como Pepino se convirtió en parte de la familia. A medida que pasaban los días, su pelaje se llenó de amor, cariño, y, claro, también se volvió mucho más limpio.

Con su nueva familia, Pepino decía:

"Soy un perrito sucio que encontró su hogar; siempre debemos recordar que el verdadero valor viene de adentro y no de las apariencias. ¡Amar y ser amado es lo que realmente cuenta!" -y todos reían juntos, aprendiendo que no importa cómo vemos a los demás, lo que importa es el amor que llevamos en el corazón.

Así, Pepino nunca dejó de jugar y explorar, pero también aprendió que tenía un hogar donde siempre podría volver, lleno de abrazos y caricias de su nueva familia. Y, de vez en cuando, el perro grande del parque venía a jugar con Pepino, y se dieron cuenta de que también podían ser amigos, demostrando que todas las diferencias pueden unirse a través del amor y la amistad.

Y así, Pepino vivió feliz, sabiéndose un perrito muy afortunado, siempre recordando que el amor verdadero no tiene forma ni colores, sino que se siente en el corazón.

FIN.

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