El regreso a casa de Marte
Había una vez en un pequeño pueblo llamado Villa Lunera, donde vivía una niña llamada Martina. Martina era una niña curiosa y soñadora a la que le encantaba mirar las estrellas por las noches.
Una noche, mientras paseaba por el jardín de su casa, levantó la vista hacia la luna y vio algo extraordinario: ¡un marciano bailando en su superficie! Martina se quedó sin aliento y no podía creer lo que veían sus ojos.
Sin pensarlo dos veces, soltó un grito de emoción que resonó por todo el vecindario. El ruido despertó a sus padres, quienes corrieron hacia ella preocupados. "¿Qué pasa, Martina? ¿Estás bien?", preguntaron alarmados.
Martina señaló hacia la luna y les explicó lo que había visto. Sus padres intercambiaron miradas incrédulas y le dijeron que seguramente había sido solo su imaginación. Pero Martina estaba decidida a demostrarles que no estaba loca.
Corrió a buscar su telescopio y lo apuntó hacia la luna. Para sorpresa de todos, el marciano seguía allí, moviéndose con gracia bajo la luz plateada de la luna. "¡Miren! ¡Ahí está! ¡Lo ven ahora?", exclamaba Martina emocionada.
"¡Es cierto! ¡Hay un marciano en la luna!", dijo su mamá asombrada. "¡Increíble! Nunca pensé ver algo así", agregó su papá sorprendido. Martina decidió tomar acción. Se puso su traje espacial hecho con sábanas y cartulinas y salió corriendo al jardín con una escalera en mano.
Subió los peldaños con determinación hasta llegar al techo de su casa desde donde tenía una mejor vista de la luna. "¡Hola, amigo marciano! ¡Soy Martina! ¿Cómo te llamas?", gritaba Martina emocionada.
El marciano parecía entenderla y comenzaron a comunicarse a través de gestos y sonidos extraños. "¿Qué hace aquí? ¿Cómo llegaste?", preguntaba Martina intrigada. El marciano le mostraba imágenes holográficas de cómo había llegado allí en una nave espacial muy colorida.
Martina entendió entonces que el marciano estaba perdido y necesitaba ayuda para regresar a su planeta. Sin dudarlo, ideó un plan junto a sus padres para construirle una nave espacial improvisada utilizando materiales reciclados del garaje.
Dedicaron toda la noche trabajando juntos en equipo para armar la nave espacial mientras el amistoso marciano los observaba con curiosidad. Finalmente, al amanecer, todo estuvo listo para despegar hacia las estrellas.
"¡Gracias por tu ayuda, amigos humanos! Siempre recordaré mi visita a Villa Lunera", expresó el marciano antes de partir. Martina se despidió emocionada pero feliz sabiendo que había hecho un nuevo amigo intergaláctico gracias a su valentía y determinación.
A partir de ese día, cada vez que miraban hacia la luna por las noches en Villa Lunera, recordaban aquella increíble aventura espacial vivida por Martina y seguían soñando con descubrir más maravillas en el vasto universo que los rodeaba.
Y es así como esta historia nos enseña que cuando creemos en nuestros sueños e trabajamos juntos podemos lograr cosas extraordinarias más allá de nuestra imaginación.
FIN.