El regreso a la tierra de las hadas


Había una vez, en un pequeño pueblo de Argentina, una niña llamada Alín. Desde muy pequeña, Alín tenía una gran fascinación por las hadas. Le encantaba leer libros sobre ellas y soñaba con encontrarse alguna algún día.

Sin embargo, cada vez que Alín compartía su amor por las hadas con los demás, siempre recibía la misma respuesta: "Las hadas no existen, son solo personajes de cuentos".

Esto entristecía a Alín, pero ella nunca dejó de creer en su corazón que las hadas eran reales. Un día soleado, mientras exploraba el bosque cerca de su casa, Alín se adentró más y más en el espeso follaje. De repente, escuchó un débil susurro entre los árboles.

Siguiendo el sonido curioso, llegó a un claro lleno de flores coloridas y brillantes. Y allí estaba ella: una hermosa hada con alas relucientes y vestida con ropas resplandecientes.

Los ojos de Alín se agrandaron de asombro al verla frente a ella. "- ¡Hola! Soy Luna, la guardiana del bosque", dijo la hada con una voz dulce y melodiosa. Alín no podía creer lo que veían sus ojos. Por fin había encontrado a una verdadera hada.

Juntas pasaron horas jugando y riendo en el claro del bosque. Luna le contaba historias mágicas sobre otros mundos llenos de criaturas fantásticas. Los días pasaban rápidamente para Alín mientras pasaba tiempo con su nueva amiga mágica.

Pero a medida que iba creciendo, Alín comenzó a olvidar las maravillas que había experimentado en el bosque. La vida adulta la consumió y sus sueños de hadas se desvanecieron. Años después, Alín trabajaba en una oficina monótona y rutinaria.

Su vida estaba llena de estrés y preocupaciones, pero algo dentro de ella anhelaba la magia que había encontrado en su infancia.

Un día, mientras ordenaba viejas fotografías, encontró una imagen borrosa de ella y Luna riendo juntas en el claro del bosque. Las memorias volvieron corriendo a su mente como un torbellino. Alín recordó los momentos mágicos que compartió con Luna y cómo la amistad con el hada le dio esperanza y alegría en tiempos difíciles.

Se dio cuenta de que había dejado atrás lo más importante: su capacidad para soñar. Decidida a recuperar esa chispa mágica perdida, Alín regresó al bosque donde había conocido a Luna tantos años antes.

Caminando por los mismos senderos, llegó al claro lleno de flores coloridas donde solían jugar juntas. Y allí estaba ella otra vez: Luna, con sus alas relucientes y sonrisa brillante. "- ¡Alín! ¡Has vuelto!" exclamó emocionada la hada. "- Luna...

he estado tan ocupada con mi vida adulta que olvidé lo hermoso que era creer en ti", dijo Alín con lágrimas de felicidad en los ojos.

Luna abrazó a su amiga humana y le susurró al oído: "- Nunca es demasiado tarde para volver a creer, Alín. La magia siempre estará contigo si sigues soñando". Desde ese día, Alín nunca dejó que la rutina de la vida adulta apagara su espíritu mágico.

Siempre recordaba el poder de creer en las cosas increíbles y compartía ese mensaje con todos los que conocía. Y así, gracias a su amistad con Luna, Alín encontró la felicidad no solo en el mundo real sino también en el mundo de las hadas.

Porque, como decía Luna: "La verdadera magia está en nuestros corazones y solo necesita ser recordada".

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