El regreso de la maestra Sandra



Era un día fresco en el barrio de Villa Del Sol y la maestra Sandra, recién jubilada, se encontraba en su balcón tomando unos mates. A la izquierda, veía a los chicos de la vecindad jugando con una pelota de fútbol, pero no podía evitar sentir que esos niños estaban a la deriva. Sus mentes, llenas de energía y curiosidad, necesitaban ser guiadas.

Un día, mientras degustaba su mate con un cigarro en la mano, un grupo de niños pasaron gritando.

"¡Vamos, Pato! ¡Dale, hacé un gol!"

"¡No podés, Nacho! ¡Sos un inútil!"

"¡Dejen de pelear y pasen la pelota!"

Eso hizo reflexionar a Sandra. ¿Qué pasaría si ella, con toda su experiencia, pudiera ayudarlos a ser mejores? Sin embargo, el confort de su hogar la mantenía alejada de la escuela y la sala de profesores.

Esa semana, la noticia de una ronda de mates entre los padres y los chicos se esparció por el vecindario. La idea era hablar sobre las actividades extracurriculares que podrían organizarse para mantener a los niños ocupados y alejados de las malas influencias.

Decidida, Sandra hizo tres cosas: se deshizo de su cigarro, se preparó un mate bien cargado y salió con una botella de agua para compartir con los chicos.

"¡Hola, chicos!"

"¡Hola, doña Sandra!"

"¿Por qué no ven todos a mi casa a hacer un club de lectura?"

"¿Qué es eso?"

"Vamos a contar historias y a aprender cosas nuevas, ¡puede ser muy divertido!"

Al principio, los chicos se miraron entre sí desconfiados.

"¿Y qué ganamos con eso?"

"¿No podemos seguir jugando al fútbol?"

Sandra, sintiendo que debía hacer algo más atractivo, pensó en una sorpresa.

"Si vienen a mi casa, prepararemos una gran merienda y leeremos un libro que les permitirá ¡viajar a mundos mágicos! Pero deben prometer que van a escuchar a los demás y a ser respetuosos."

Finalmente, algunos chicos accedieron. Las promesas fueron selladas, y en pocos días, un grupo de veinte niños llegó a la casa de Sandra, llenos de entusiasmo. Sabía que debía ser especial, así que eligió el libro más emocionante de todos:

"Cuentos de Héroes y Heroínas". Esto captó la atención de todos.

"¿Podemos ser héroes también?" preguntó Pato.

"¡Claro que sí! Cada vez que leemos y compartimos, nos convertimos en héroes de nuestra propia historia. Así podremos ayudar a otros a encontrar su camino."

A medida que las semanas pasaban, más chicos se unieron al club de lectura y, sorprendentemente, comenzaron a mejorar en sus estudios. Además de la lectura, Sandra propuso hacer proyectos comunitarios.

Un día, mientras buscaban un lugar en el parque para crear un jardín comunitario, se encontraron con un grupo de chicos de un barrio cercano. Eran parte de una pandilla que, a primera vista, parecía amenazante.

"¿Qué hacen aquí?" preguntó uno de ellos con voz autoritaria.

"Estamos creando un espacio donde todos puedan venir a leer y jugar. ¡Ustedes también son bienvenidos!"

Los chicos de la pandilla se miraron unos a otros.

"Pero nosotros no leemos..."

"¡Claro que sí! Cada uno tiene una propia historia. ¿Qué les parece si vienen y contamos las historias que más les gustan?"

Con el tiempo, el club de lectura se convirtió no solo en un refugio para los niños, sino también en un lugar de encuentro donde todas las historias podían ser contadas, sin importar de dónde venían.

Un día, sucedió algo inesperado. Durante una de las reuniones, un chico de la pandilla se ofreció para leer en voz alta.

"¿Puedo leer un cuento de terror? Siempre quise hacerlo", preguntó con un brillo en los ojos.

"¡Claro que sí!" contestó Sandra con una sonrisa.

Lo sorprendente fue que al leer su cuento, toda la sala quedó en silencio, cautivada por su narración.

"¡Eras un gran narrador!" le dijeron al terminar.

"Ustedes son mis héroes por animarme a hacerlo".

Ese día, el miedo y las diferencias se desvanecieron. Desde entonces, no solo se leían libros, sino que también comenzaban a crear sus propias historias, proyectos, y eventos para ayudar a la comunidad, como campañas de limpieza y festivales de narraciones.

Con el paso del tiempo, el barrio se llenó de risas, creatividad y unidad.

Y así, la maestra Sandra, que solía estar a la deriva en el silencio de su hogar, se convirtió otra vez en la guía de muchos pequeños grandes héroes, demostrando que nunca es tarde para ayudar y que cada mente tiene el poder de cambiar el mundo.

Al final de cada encuentro, los chicos siempre se despedían con un estribillo:

"¡Gracias, doña Sandra, por hacernos héroes!"

Y en su corazón, ella sabía que aún había mucho por hacer, pero con los chicos a su lado, el futuro era brillante y lleno de posibilidades.

FIN.

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